RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO 2020
HUELLAS INFINITAS David
Martín Toledano
La amistad es un
alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas.
Así me sentí el
día que terminé una de las experiencias más bonitas que he vivido en mi vida.
Era un domingo, aproximadamente las 11:00 horas, el sol reinaba en el cielo,
iluminando todo a nuestro alrededor, guiándonos en lo que sabíamos que era el
final esperado, el fin de una aventura especial, el fin de un capítulo escrito
con letras de oro en mi corazón.
Ese final era la
Plaza del Obradoiro. Allí estaba grandiosa, imponente como un monstruo divino
con los brazos abiertos, esperando abrazar a todas las personas que allí nos
encontrábamos.
Me quedé parado,
me sentía pequeño, indefenso, incluso con miedo, sin creerme que allí estaba
mirando todo a mi alrededor. Recuerdo que sólo se me ocurrió en ese momento
quitarme la mochila y alzarla al cielo, el mismo que me había guiado hasta ese
final. En ese momento me sentí un gigante, alguien poderoso, orgulloso del
final que había conseguido.
Mi memoria
recorrió esa semana intensa, recordando lo bueno y lo malo, todo el cúmulo de
sensaciones que conlleva un viaje de este tipo.
Todo comenzó
unos meses antes, cuando después de hablar, no recuerdo, pero serían cinco
minutos escasos, dos miradas se cruzaron y todo fue sobre ruedas. Cuando menos
nos esperábamos, estábamos en un autobús que no dormía, camino del norte.
Llegamos con las primeras luces del día, cansados, pero con la adrenalina a
tope, dispuestos a conocer toda la magia que envolvía este viaje.
Después de
degustar un maravilloso desayuno emprendimos el camino. Comenzamos a andar y,
en ese mismo instante, ya se palpaba lo que significaba hacer el Camino de
Santiago. En ese primer día comprendimos que vivíamos algo especial. Descubrimos
lo que significa la amistad, el respeto, la fantasía, la emoción y todas las
enseñanzas que transmite ese lugar mágico.
Esa primera
caminata terminó y con sorpresa descubrí, sin darme cuenta, que el tiempo había
pasado tan rápido como efectivo. Después de descansar, dimos una vuelta por el
lugar que habíamos decidido que fuera nuestro primer final. La gente de ese
lugar nos acogió con todo el respeto del mundo y seguimos descubriendo esa
magia que envolvía todo.
Los días iban
pasando y la aventura se hizo más emocionante. A tres días del final ocurrió
algo inesperado: mi acompañante, en uno de los trayectos, tropezó con una
piedra y se dañó uno de los dedos del pie. Al principio fue algo pasajero pero,
con el paso del tiempo, esa molestia fue a más.
Fue el momento
más duro del viaje; alguien o algo, no sabría decir quién o qué, nos ponía a
prueba. Reunidos los dos, se planteó el momento nunca pensado, el temido
abandono, era un momento difícil pero entendible.
En ese momento
surgió la leona que siempre es, me refiero a mi prima, la persona que me
acompañaba en el viaje, la misma que después de aquellos cinco minutos de
tertulia, me miró y se unió a mí para hacer este viaje. Ella es una de las
personas más importante de mi vida, mi compañera de aventuras, no sólo de esta,
sino de muchas más en mi vida.
Se buscó una
solución y se pudo continuar. La solución era no tirar la toalla, estábamos
allí por y para algo y teníamos que demostrarnos que no había ningún muro que
no pudiéramos saltar, ningún puente que no pudiéramos cruzar, ningún escollo
que no se pudiera solventar. Desde ese momento se hizo todo con más paciencia,
más despacio, con la misma ilusión, incluso más renovada aún.
Fue duro, pero
gratificante; fue bonito, pero estresante; fue mágico, pero real. Con las
mejores sensaciones de mi vida.
Desde ese
momento el camino entró en mí y yo entré en él, todavía hoy después de algunos
años siento en la distancia que algo de mí está esperándome otra vez en esa
magia que envuelve todo el Camino de Santiago.
Hoy, escribiendo
este relato, todavía recuerdo grandes amigos que dejé allí, grandes
experiencias que allí viví, grandes emociones que allí sentí y, sobre todo, que
pude descubrirme a mí mismo. En cada paso que daba una herida se me hacía en el
alma; eran heridas que no sangraban, que no duelen, que no dejan cicatriz; son
heridas que te hacen ser mejor persona, heridas que nunca se cierran, porque en
cada día de tu vida te sirven para ser más maduro, más inteligente, más adulto,
en definitiva mejor persona.
Mi camino está
hecho con pies valientes, aun cuando están cansados, arriesgan un paso. Es esa
dulce valentía que me ha traído hasta aquí.
Gracias por recordarme el Camino y los amigos que encontré.
ResponderEliminarÁngel