PATROCINADORES 2023-1

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La Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios agradece su colaboración a todos nuestros PATROCINADORES. Muchas Gracias.

PATROCINADORES 2023-2

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MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO

MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO
FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES DEL CAMINO DE SANTIAGO LEVANTE-SURESTE

MAPA FOLLETO

MAPA FOLLETO
MAPA DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID, DESDE ESCALONA A CADALSO Y DE CADALSO HASTA CEBREROS, CON FOTOS DE LUGARES SINGULARES DE TODAS LAS POBLACIONES.

INFORMACIÓN FOLLETO

INFORMACIÓN FOLLETO
CARA DE INFORMACIÓN DEL MAPA DE LAS ETAPAS DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID ENTRE ESCALONA (TOLEDO) Y CEBREROS (ÁVILA) CON INFORMACIÓN DE LOS RECURSOS EN LOS DISTINTOS MUNICIPIOS. ESTE FOLLETO HA SIDO EDITADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS CON EL PATROCINIO DE LA CONSEJERÍA DE TURISMO DE LA COMUNIDAD DE MADRID. AGRADECEMOS AL AYUNTAMIENTO DE CADALSO SU COLABORACIÓN.

sábado, 10 de julio de 2021

EL OTRO CAMINO DE LAS ESTRELLAS. Relato de

 EL OTRO CAMINO DE LAS ESTRELLAS                    Relato de Mari Carmen González López                             

   Nada tienen que ver con mi aldea estos parajes: su humedad y la delicadeza con la que el sol los mima, engendran una vida que nunca antes conocí.

   Continúo viajando, pero mi destino ahora es bien distinto; ya llegué a la Tierra Prometida y, en agradecimiento, iré a visitar al Santo Apóstol. Mis antepasados me acompañan de nuevo, nunca camino solo.

   Como no hace mucho, me dejaré guiar por las estrellas; aunque este sea otro recorrido, de nuevo ellas me orientarán.

                           EL OTRO CAMINO DE LAS ESTRELLAS

   Durante meses conviví con la crueldad y la esperanza de la mano. No experimenté ni un solo momento de tranquilidad, ni siquiera cuando el agotamiento me rendía y conseguía dormir. El trayecto fue duro, demasiado para un joven con sueños como lo fui yo.

   No iba solo; compartí mi miedo y mis dudas con un grupo de personas que también intentaban escapar de la miseria y el horror pero, por desgracia, juntos comprobamos que lo que habíamos sufrido podía superarse con creces.

   Me gustaría decir que todo pasó, mas no creo que mi mente me exima jamás de tanto horror. Tampoco sé si algún día podré hablar de ello sin miedo, aunque quizá esa sea la única forma de liberarme. No hace mucho descubrí que existen ángeles en la Tierra, y algunos de ellos me han traído hasta aquí para disfrutar de cada segundo de mi peregrinaje por el Camino Francés del Camino de Santiago.

   Es una bendición recorrer estos pueblos. Puedo caminar de día sin temor a ningún ataque. Disfruto del olor de sus bosques, de sus ríos y lagos de agua transparente. Me sorprende el frescor del aire que respiro, los sonidos serenos de los animales que disfrutan libres de unos dones que a otros se nos han negado.

   Es todo tan diferente en mi país…

   En África, durante nuestro recorrido por el desierto, antes de que amaneciera cavábamos un agujero grande en la arena y nos cobijábamos en él intentando salvaguardarnos de los inclementes rayos de sol y de las mafias que nos buscaban para robarnos el dinero que llevásemos escondido. Lo mucho o poco que habíamos atesorado, y que ellos se creían en el derecho a usurpar mediante golpes y vejaciones. Esos ahorros que, para nuestros padres, eran el pasaporte hacia la libertad de sus hijos e hijas; el camino hacia una vida segura, sin tener que soportar los horrores de las guerrillas y la angustia  de un futuro incierto.

   Cada vez que llego a un albergue para descansar explico, en mi pobre castellano, que me dirijo hasta la tumba del Apóstol. Entonces dejo de adivinar la lástima o la desconfianza en los ojos de quienes, extrañados, me atienden. Descubren que tenemos un deseo común y esto nos hermana. Me prestan su ayuda y vuelvo a creer en el ser humano. He aprendido que no solo el miedo une, la paz también. Ya no es imprescindible caminar bajo las estrellas y descansar de día, oculto entre arena o matorrales secos. Ahora duermo en una cama, en un edificio con todo lo necesario para descansar y asearme; con otras personas que, como yo, tienen inquietudes, sueños, anhelos y deseos de compartir sus experiencias, sus temores; de prestar su ayuda y dar aliento con una simple sonrisa.

   Y es que, al llegar al norte de África desde mi país, Burkina Faso, entendí qué es el racismo: nos llamaban “africanos”, como si ellos no lo fuesen. Nos escupían y golpeaban al primer descuido. “Mi conciencia está tranquila”, me repetía cada vez que notaba que me miraban o me trataban mal. Jamás podré entender qué les hacía sentir diferentes.

   Aquí encuentro muchas iglesias en mi camino, y en todas ellas entro para agradecer cada paso que doy. Me educaron en la alegría por vivir, en el respeto a mis mayores y a cualquier ser viviente. Nadie es mejor que nadie, ya que todos somos hermanos. Mi abuela me contaba, siendo aún un niño, que nuestro color de piel se debía a que el sol se demoró un poquito más en nuestra tierra, admirando la alegría de nuestras gentes y que, por ello, tenemos un tono más tostado que las personas de otros países. Sin embargo, todos provenimos del mismo amor divino, ya que nuestra alma no tiene color. Eso lo he comprobado en cada pueblo que durante este Camino he visitado. En cada pequeño colmado, en las calles repletas de historias que la gente mayor va contando con los ojos cargados de añoranza, en los ríos henchidos de vida, en las plantas y árboles que me hacen respirar con el pecho bien abierto.

   El aire está preñado de calma, el agua de alegría, los bosques de belleza y los senderos de la sabiduría de los que anduvieron por ellos y los hicieron mejores para los que llegásemos después.

   Mi espíritu se llena de sosiego a cada paso. Mi piel, esa que el sol tostó por capricho, recibe sus rayos con deleite. Mis ojos recogen imágenes que no quiero olvidar jamás y mi mente se deja llevar sin más pesar que el esperar que los míos sigan bien, ajenos a los horrores por los que pasé hasta llegar aquí.

   No sé qué haré después de llegar hasta el Santo Apóstol; posiblemente vuelva sobre mis pasos y continúe mi vida viajando hacia otro lugar. Quizá mi destino sea el de peregrinar y no pertenecer a ninguna parte más que al corazón de los míos. Desde donde esté les ayudaré en todo lo que pueda. Ellos son mi historia y mi vida, como ahora lo es este Camino que me ha hecho encontrar la paz y la seguridad de que el ser humano es bueno por naturaleza. Ya no lo dudo.

   Lo demás es pasado, y aún queda mucho por recorrer. Me dejaré guiar, como siempre, por las estrellas. Ellas saben mostrarme la mejor ruta.

              Terminado el 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas.

sábado, 3 de julio de 2021

DECISIONES. Relato de Gloria Fernández Sánchez.

 

   DECISIONES                                       Gloria Fernández Sánchez

   Estaba yo en Cenicientos, en el puente romano, cuando lo vi. Se trataba de un muchacho alto, atractivo, que peregrinaba también, pues llevaba el bastón con la concha. Él hizo un rictus, casi imperceptible, de reconocimiento, pues no había nadie más. Nos hallamos de nuevo en una cafetería.


   — ¿Vas hacia Cebreros también? ¡Ah! ¿Te he dicho que me llamo Julio?

   — Yo soy Anita. No es un diminutivo, me bautizaron así.

   Mientras comíamos un bocadillo de jamón y sorbíamos un café, sacamos nuestros respectivos mapas. Prácticamente coincidían. Pero si algo había aprendido ya del Camino era el no imponer espacio, ni presencia, a mis compañeros de viaje.  

   — Nos iremos topando, entonces. Te paso mi número de móvil, por si necesitaras algo —dijo Julio.

   — Pues yo te regalo algo muy valioso. ¡Tiritas especiales para las ampollas! Toma unas cuantas. Me alegra haberte conocido.

   Y perseveramos, cada uno por su cuenta. Nos volvimos a encontrar cerca de la iglesia de La Asunción. Yo quería rezar, sin poder. Ya en Cadalso habían vuelto a sellar mi carnet de peregrina.


   Entramos en un café muy acogedor. Tenían una chimenea encendida, a pesar del buen tiempo reinante.  Hablamos de la infancia y de nuestras mutuas orfandades. Después, nos animamos.

   — ¡Bueno, Anita! ¿Cómo van esos ánimos romeros? Solo por lo que me diste para las ampollas, te debo­ eterna gratitud.

   — Me parece que hoy estoy sufriendo lo que denominan “un pinchazo”. No sé para qué estoy aquí, ni veo sentido alguno a esta caminata.

   Fue la primera vez que noté cómo Julio se ponía serio, grave.

   — Es parte de la fisiología del peregrino. Quien no duda, no avanza. Aconsejaría que te quedases en el albergue un par de días, y que en él recapacites.

   El albergue era muy agradable. “Da lo que tengas, coge lo que necesites”, ponía un cartel a la entrada. Todas dejábamos lo ya no esencial y recogíamos otros enseres en sus estantes. Un trueque de hermanos.


   — Yo también he de permanecer aquí. Mañana, o al otro, llegará un amigo, con el que he de discutir unos asuntos. Estoy en la sección masculina.

   Al acostarme, sentí una voz lejana, dulce, que llegaba de muy lejos. Anhelaba llorar, era esa una de mis peticiones al Santo, mas un nudo en el cuello lo impidió. Cuánto buscaba el desahogo.

   Creí haberle gustado a Julio y, al fin, era esto algo natural. El inventarse una historia de un conocido, al tiempo que me aconsejaba una reflexión, formaba parte de esa danza del halago y del cortejo.

   Pero al día siguiente, cambié de torna, decepcionada. Julio había desayunado ya y caminaba en dirección al Alberche. El tiempo primaveral y embriagante lo justificaba. Mas no había pensado en mí.


    Aun sabiendo que no era cortés, ni discreto, me acerqué a un regato. Al poco vi las cabezas y oí, a lo lejos, las voces de los dos chicos. Enseguida hice notar mi presencia.

   — ¡Cuánto siento molestar! ¡Estáis aquí! Sigo por aquel sendero.

   — ¿Por qué? Anita, te presento a Juanma —repuso Julio.

   — Hola, pues encantada. Os dejo. Tendréis cosas de que hablar.

   — Una de ellas eres tú. Así que te pido, por favor, que nos acompañes un poco.

  Juanma, que se hallaba bebiendo un zumo, me pasó un vaso de cartón con trocitos de hielo. Se lo agradecí, pues el sol picaba ya.  

— Me habéis dejado atónita. Con eso de que yo era el tema de conversación. 

— Juanma y yo somos sacerdotes.  

— ¡Ah! Y no pude articular una palabra más.     

— Pero mientras Juanma está bien seguro de su vocación, yo vacilo, pues me atraen las mujeres y no sé qué bifurcación tomar.   Empecé a reír nerviosamente. Ninguno lucía alzacuello.  

— ¡Es la primera vez que un cura se me confiesa y no yo a él!  

— De hecho, llevo varios días pensando en ti, en localizarte, en verte.  

   Me quedé de piedra. Unos pececitos se acercaban a nosotros. El agua estaba límpida. Al discernir su estado eclesiástico, todo afán de caricias o intimidad había desaparecido.    

— Tú dudas sobre la existencia de Dios. ¡Pues ya ves! Los demás tampoco vemos clara nuestra posición en el mundo.


   Juanma no se sentía molesto. Si hubiese percibido el más pequeño signo, me habría escapado. Se diría envuelto en sus meditaciones.  

— Cuando Anita me dijo —se dirigía, obviamente, a su compañero— que había quedado huérfana de padres, como yo, me llamó la atención. ¿Es eso lo que estamos buscando? ¿Un Padre nuevo, un sustituto? ¿O una pareja? ¿O que Dios nos oriente?   — Creí que la única desnortada era yo.  

— No, Anita. El titubeo existe. Para ti y para todos. Aunque me parece que he tomado una decisión. Voy a volverme con Juanma a nuestra casa y orar, rogando luz. 

— Yo quisiera completar el Camino. He pedido dos meses libres en el trabajo. No voy a tener otra oportunidad como esta.

— No me gustaría haberte ofendido en nada. Si he dicho que me has atraído, no debes enfadarte. Ojalá te sea útil y bello este Camino que sube al norte. Y que asciende también, de otra forma.

— Yo te deseo lo mejor, Julio.

— Reza por mí a Santiago. En otra ocasión iré a cumplimentar bien la visita. Por de pronto, ha concedido lo que le iba a pedir. Aclarar este batiburrillo que tengo en la mente. Y recuerda que nunca­, jamás, estarás sola. Como te sentiste de niña. Nunca. Hay una Mano que no te abandona.


  Cuando ya se hubo ido, me senté junto a la corriente, en un cañaveral. Y lloré todas las lágrimas acumuladas, ­las que se habían atascado durante años. Se atendían mis plegarias, al fin. Aunque nunca he sabido si salían furiosas de pesar o radiantes de alegría.