EL
MILAGRO DE SILVERIO CONDE Jesús López Martín
Allá, por el año 1889, en el día de Todos
los Santos, yo Silverio Conde me encontraba en un pueblo llamado Escalona,
estaba realizando el camino de Santiago por una promesa que hice cuando mi
mujer Teresa y mis dos hijas, Juana, la mayor y Teresita, la pequeña,
enfermaron de unas fiebres muy malignas que se llevaron varias vidas en mi
pueblo de la costa levantina, primero cogió las fiebres mi mujer y seguidamente
Teresita y luego Juana, yo por destino del altísimo fui de los pocos que no
enfermaron, cuando peor estaban de la enfermedad, recé poniéndome de hinojos
delante de una estampita del apóstol Santiago, la que siempre teníamos en la
habitación de las niñas, yo le prometí que haría el camino desde mi pueblo a
Santiago de Compostela, no sé lo que ocurrió, pero a partir de ese día las tres
empezaron a mejorar, recobrando pronto la salud.
Tengo unas tierras de las cuales vivimos
holgadamente, sin lujos pero sin pasar apuros, eso sí trabajando, he salido con
algo de dinero para mis necesidades durante el viaje, el cual llevo bien
oculto, por los maleantes. Empecé el viaje cuando terminé de recoger la cosecha
y después de bien vendida, me despedí de mi mujer y de mis dos niñas, que se
quedaron preocupadas.
- ¿De qué vas a vivir Silverio? – me dijo
Juana dándome un beso.
- No te preocupes mujer, buscaré trabajo y
con el dinero que llevo no tendré ningún problema – le dije mientras besaba a
las niñas – me alojaré en los albergues que hay por el camino y el viaje de
vuelta lo haré en tren.
Llevo ya unas cuantas jornadas, voy bien de
dinero pero tengo que ahorrar para la vuelta, he preguntado en este pueblo por
algo de trabajo, parece que a estas alturas del año lo poco que hay está
repartido entre sus habitantes, dicen que en el pueblo vecino de Cadahalso
puede que necesiten mano de obra en la fábrica de vidrio, para partir y colocar
la leña; sin pensarlo me cojo el camino y me voy hacia Cadahalso. No me doy
cuenta que ya es tarde y empieza a hacer frío, voy caminando y el frío arrecia,
está anocheciendo, Cadahalso está a unas pocas leguas, debo estar a mitad del
camino, tengo que buscar un refugio, no debí de salir de Escalona hasta el día
siguiente y estas fechas son malas, pero como ha cambiado el tiempo, cada vez
hace más frío, el viento, ahora el viento, ¿Dónde estoy? No se ve nada, ya no
se ve nada, solo viñas ¿y el camino? ¿Dónde está el camino? Dios mío estoy
perdido, tengo que hacer un fuego o moriré de frio y ahora chispea, llueve,
está lloviendo, oscuro, está muy oscuro y no veo nada, tengo que encontrar
donde refugiarme, es este árbol, debajo de este árbol, una roca, una roca junta
al árbol, es un olivo.
Tengo una manta, la desato y me envuelvo
en ella, hasta la cabeza, sigue lloviendo, el agua está muy fría, la manta ya
está empapada, siento el agua a mi alrededor, estoy tiritando, doy diente con
diente, el frío es intenso, me acurruco y me hago una bola, intento darme
calor, me arrimo a la roca, es peor, sobre ella escurre el agua, ya estoy
calado, el agua inunda todo mi cuerpo, el frío es muy intenso, ahora el viento,
ráfagas de viento, más frío, ya no puedo más, voy a morir de frío, yo que vivo
en terreno cálido voy a morir de frío, ya no lo soporto más, debería
levantarme, irme de aquí, pero tengo frío, mucho frío, no puedo, no puedo,
¡Dios mío! ¡Dios mío! Lo que siento es no poder ver a mis hijas y a Teresa, lo
doy por bien, mi vida por las suyas, tenía que pagarlo, mi vida por la de
ellas, está bien.
Un sopor me envuelve, ya no siento frío,
ni siquiera el agua que cae, es curioso no siento ni humedad ni frío, si esto
es la muerte bienvenida sea, una luz, veo una luz, dicen que cuando mueres se
ve una luz, tengo que ir hacia ella, hacia la luz, pero… la luz se mueve, se
acerca, ¡Es alguien! ¡Una persona! ¡Socorro! No me sale la voz, por Dios que me
vea.
- Hola, que haces aquí, en medio de este
temporal – Me dice la luz.
Yo le miro, no me sale ni una palabra, no
tengo fuerza ni para hablar.
- Te has perdido ¿verdad? Pero a quién se
le ocurre salir con este temporal y de noche.
No me sale ni una palabra, solo miro lo
que hace, con una habilidad impresionante pone algo que parece una manta encima
de mí y él también se mete dentro, está lloviendo mucho, cuando se cale la
manta estaremos igual, nos calaremos ahora los dos, de momento se siente
calorcillo. Pasa como un cuarto de hora y el suelo se ha secado, sigue
lloviendo, suena la lluvia sobre la tela y no se empapa, sopla el viento como
un huracán y no se mueve la tela que nos cubre, está como flotando y no veo
nada que lo sostenga, dentro hace calor, me estoy recuperando, ya no siento
frío, más bien diría que tengo calor, estoy muy cansado y los ojos me pesan, me
cuesta tenerlos abiertos.
- Duerme, no te preocupes, yo vigilo que
no ocurra nada – me dice.
Está amaneciendo, he dormido de un tirón,
abro los ojos y veo a mi extraño compañero, recoge la tela con la que nos hemos
cobijado, todo está húmedo menos donde hemos dormido, es curioso, está seco.
- Vamos dormilón – me saluda con una
sonrisa – tiene que seguir tu camino.
- Gracias por tu ayuda – le tuteo – si no
es por ti no lo hubiera contado, ¿cómo te llamas? – le pregunto mientras me
agacho a coger mis bártulos.
- Mi nombre es Santiago… … …te espero.
Me levanto y no hay nadie, Cadahalso está
ahí mismo, estaba muy cerca, humean las chimeneas, parece un pueblo acogedor;
entro en el pueblo, está impregnado de un olor a leña quemada, es un olor
particular, un olor a pueblo, las calles aún están vacías, llego a la puerta
del ayuntamiento, en una fuente hay varias señoras cogiendo agua, me acerco y
pregunto por Santiago, doy señas de su rostro y como iba vestido, piensan y
comentan entre ellas, no saben quién puede ser el tal Santiago, nadie que se
llame Santiago coincide con los datos que doy.
- Por favor ¿me pueden decir dónde está la
fábrica de vidrios? – pregunto – y ¿si es posible encontrar trabajo?
- Mire, siga usted esta calle, es la calle
de la iglesia y la primera calle a la izquierda se encontrará con ella, casi siempre
necesitan trabajadores – me dice una de las señoras.
- Muchas gracias – me despido – Adiós.
¿Quién me ha salvado? ¿Ha sido un
sueño?... …sigo mi camino.
FIN
Muy bonito
ResponderEliminarGracias Jesús, me parece muy interesante el escrito. Pienso que tu puedes acortar mucho, te animo a que sigas escribiendo.
ResponderEliminarÁngel Sánchez