PAISAJE CADALSEÑO
INOLVIDABLE
(A la Asociación de Amigos del
Camino de Santiago de Cadalso, porque
todos ellos –en sus andanzas- saben mejor que nadie de estos paisajes
inolvidables. Y especialmente a Javier Perals)
Una cosa son los libros y
otra la vida. Uno en la escuela no aprende a mirar. En cambio mi padre sí me enseñó a mirar, que hay
cosas que uno tiene delante de las narices y, por lo que sea, no las ve. Por él
supe que nuestro pueblo era hermoso, que ojeando desde lo alto de la Peña Muñana veíamos los tejados de Cadalso y, alrededor, los grupos de
pinos. Y abajo, en el valle, el arroyo Tórtolas
espejeando, acompañado por dos filas de chopos empinándose a sus flancos. Y
arriba, en Rozas, los cerros llenos
de castaños. Y, a su izquierda, según mirábamos de frente, Lancharrasa dónde iban a cazar los cadalseños el día de La Caza de Devotos, por Carnaval. Luego, tal que a mano
derecha, entre la arboleda del monte, estaba una pequeña y solitaria casa de piedra.
Y, en el centro de todo, la iglesia
majestuosa y, por encima suya, las tapias del Campo Santo, las que desmontamos el día de la cantea grande los
chicos de “San Antón” contra los de “La Corredera”. Y, dentro del
cementerio, asomaban irguiéndose hacia el cielo, tres cipreses verdes que
acompañan a nuestros paisanos y que si soplaba el cierzo se cimbreaban tristes
como juncos. Y, si girábamos sobre nosotros mismos, veíamos El Valle de las Culebras y El Venero, ceñido todo por retamas,
jaras y pinos enormes. Llegado a este punto yo me sentía flotar e imaginaba que
me lanzaba al vacío para sobrevolar feliz, junto a entrañables pájaros de
plumas y metales, ese paraje fascinante.
Según me mostraba todo aquello él me hablaba y me
animaba -o se animaba él-, diciéndome que en el fondo la vida siempre te
ofrece motivos para
vivirla y admirarla
y que por eso –explicaba-
pronto volvería la intensidad de la existencia de la mano de la primavera y se nos renovarían un
montón de historias que creíamos perdidas u olvidadas. Después el bochornoso
calor del verano nos obsequiaría con
esas tardes en las que siempre acababa naciendo un nuevo amor. Más tarde el
tenue sol otoñal se reflejaría sobre
las doradas hojas que nos aguardarán rilando en el suelo, como si se hubieran
desprendido de nuestras almas. Y por fin, de nuevo, el invierno arroparía nuestras euforias con su manto de realidad
sobrecogedora. Entonces, una vez más, volveríamos a acordarnos de aquéllos que
le dan a nuestra vida comprensión y cariño mientras dialogamos y tomamos alguna
determinación cualquier atardecida de este ciclo mágico y desolado que
es la vida. Yo aprendí estas cosas gracias a mi padre, y lo podéis creer o no
que sois muy libres, pero ahora, sólo de verlo yo me siento como otro, hay días
a saber por qué, que hasta me vienen las ganas de llorar y todo.
Siempre llamó mi atención vuestro pueblo. Es muy bonito y por lo que observo (texto y fotos) lleno de artistas.
ResponderEliminarEnhorabuena. Alonso
Gracias Alonso por tu comentario, cuando quieras pásate por este pueblo que también es tuyo. Y gracias por la dedicatoria a Miguel.
ResponderEliminarJavier Perals.