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La Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios agradece su colaboración a todos nuestros PATROCINADORES. Muchas Gracias.

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CONCURSO FOTOGRÁFICO PARA EL CALENDARIO DE 2025

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MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO

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FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES DEL CAMINO DE SANTIAGO LEVANTE-SURESTE

MAPA FOLLETO

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MAPA DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID, DESDE ESCALONA A CADALSO Y DE CADALSO HASTA CEBREROS, CON FOTOS DE LUGARES SINGULARES DE TODAS LAS POBLACIONES.

INFORMACIÓN FOLLETO

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CARA DE INFORMACIÓN DEL MAPA DE LAS ETAPAS DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID ENTRE ESCALONA (TOLEDO) Y CEBREROS (ÁVILA) CON INFORMACIÓN DE LOS RECURSOS EN LOS DISTINTOS MUNICIPIOS. ESTE FOLLETO HA SIDO EDITADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS CON EL PATROCINIO DE LA CONSEJERÍA DE TURISMO DE LA COMUNIDAD DE MADRID. AGRADECEMOS AL AYUNTAMIENTO DE CADALSO SU COLABORACIÓN.

martes, 2 de junio de 2020

TINO, RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO de la AACSCV


RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO 2020 DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS
TINO                         Juan Diego Arroyo García-Escalona
A veces, ante nosotros se obran verdaderos prodigios, pero habitualmente no somos capaces de discernirlos de lo cotidiano, y en esto, nada tiene que ver la fe, ni mucho menos la bondad que en ocasiones se nos presupone.

La primera vez que entré en la iglesia de Santa María de Melque, no era más que un muchacho, y al verme en penumbra, bajo aquellas toscas bóvedas, sentí que aquella religión afianzaba el edificio de su enseñanza sobre pilares de terror y misterios inextricables para el ser humano, sometiéndolo bajo la amenaza de los tormentos del infierno; sin embargo, fue aquella misma tarde de otoño cuando decidí dar inicio a un camino que todavía hoy recuerdo vívidamente. Acababa de tocar fondo, aunque aún no lo sabía. Lo supe mucho después, al descubrir que las páginas de las Escrituras servían para algo más que enhebrar en ellas la nariz y embriagarse de su ácimo aroma, como solía hacer de niño, y esto me lo enseñó Clara, la voluntaria que acude al asilo cada semana para leerme la Biblia y arreglarme las greñas y la barba con más voluntad que destreza. Ella odia que llame así a este lugar, pero es el primer nombre que me viene a la mente.
Mi padre acababa de echarme de casa, seguramente, pensando que al poco tiempo regresaría, pero no fue así. Caminé entre roquedales y arboledas, sin rumbo fijo, y el cielo comenzó a derramarse en una sudorosa y densa niebla que limitaba el campo de visión a unos pocos metros. Fue entonces cuando se me apareció por primera vez, a la vera del camino, con su barba rala y unos ojillos escrutadores y centelleantes, que parecían albergar la luz primera y última del mundo. Estuve a punto de emprenderla a bastonazos con él, pero se desvaneció entre las encinas como una imagen tras el espejo.

Detesto los espejos. Por más que Clarita se empeña en que me asome a mis propias miserias cada vez que acaba de acicalarme, siempre me niego a hacerlo. “¡Qué demontre! Si tuviera su rostro, yo también afrontaría la tarea de pasar el día con otro talante. Ahí viene de nuevo. ¿Acaso ya es viernes? Me haré el dormido un rato, a ver si se aburre y se va”.

Pernocté al abrigo de los gruesos muros de la iglesia y a mediodía llegué a la Puebla de Montalbán, donde fui acogido en una casa de lenocinio por su oronda madama, que me invitó a compartir fonda con un par de cofias algo casquivanas y su primo: un mangurrián de napias goteantes que vivía el delirio de ser hijo bastardo del Rey. Pretendía llevarlas hasta Escalona y, desde allí, a Cadalso, lugar en el que se estaba erigiendo su residencia. Dos años pasé en aquella villa como empleado del Secretario Real –que aquel era el cargo que ostentaba el ilustre bastardo-, hasta que me escapé con una de las fámulas rescatadas en La Puebla y nos casamos bajo la espadaña de Nuestra Señora de la Cabeza, ermita situada extramuros de la capital abulense, sin más ajuar que mi cayado de castaño y su incipiente gravidez. 


No sobrevivió al parto, y el pequeño la siguió a los pocos días. Después de aquello, me acogí a sagrado, al auspicio de la Compañía del Salvador, en Mota del Marqués, hasta que llegó a oídos del susodicho –no nuestro Salvador, sino el Marqués de Ulloa- mi propensión al secuestro de mucamas ajenas. Desterrado de tierras pucelanas, recalé en Requejo, donde no fui precisamente modelo de sus tres valores, pues ni fui valiente, ni válido para mis semejantes, y lo único valioso que saqué de mi experiencia como desterrado fue una sotana raída y un sagrario que afané de la ermita sanabresa de Guadalupe, y que me robaron unos salteadores cerca de Lubián, no sin antes propinarme la preceptiva somanta. Recogió mis despojos un mesonero de A Gudiña, cuya esposa –decían, acostumbraba a encamarse con arrieros y peregrinos; aunque a mí debió de tomarme por clérigo. Viajé en el pescante del carro de uno de aquellos arrieros durante más de una semana en dirección al monasterio de Oseira. El acemilero tenía en el cenobio un hermano fraile que me recomendó como capellán en la prisión episcopal de Ourense, que llamaban “de la Corona”, en referencia a la tonsura que todos allí lucían. Promocioné de falso confesor a penitente, pues, tras más de tres años como guía espiritual de los confinados, el superior me descubrió, reveló al obispo mi impostura y éste me encerró allí mismo, siendo apresado y debidamente tonsurado. No volvió a crecerme pelo en aquel lugar, ni en ningún otro, desde entonces; tal era la hambruna a que nos sometían. Salí de aquel penal transcurridos cinco años, y arrastré mi magra humanidad por diferentes hospicios entre Silleda y Lalín. Fue en este último lugar donde conocí a Clara.

Me solazaba recorriendo un soleado castro, cuando divisé a lo lejos una multitud que se agolpaba en torno a una aeronave y me acerqué, comprobando que todo el pueblo recibía con honores a su ilustre vecino: un aviador que había logrado la hazaña de llegar hasta Filipinas en su aeroplano. En medio de aquel mar de testas de sus deudos y paisanos, destacaba la taheña cabellera de una joven de quien quedé prendado al instante. Por un ardid del destino, acudió hasta donde yo estaba y se dirigió a mí.

- Tino, ¿duermes?- La voluntaria me zarandea con mesura y yo me dejo caer mórbidamente.
- Clarita, ¿eres tú? –Disimulo- Me había quedado traspuesto, ¿ya ha pasado una semana?
- Y tanto –responde-. Venga, que voy a asearte un poco. Mira qué barba tienes –dice-, mientras manipula mi cabeza como si yo fuera un pelele y saca de su bolsa los instrumentos de tortura, espejo incluido-. Veamos… -Clara adopta una pose de fingida indolencia cada vez que examina mis greñas y censura mi desaliño. Yo creo que se cree una enfermera de las de verdad. Me pone el dichoso espejo delante y me miro en él casi por accidente; entonces, lo vuelvo a ver: el peregrino de barba hirsuta y ojillos zorrunos. Su mohín resabido me exaspera. “¿Algo que reprochar? Cada cual hace el camino a su manera”.

Hoy, Tino tiene un buen día. Cuando he salido al jardín trasero de la residencia, permanecía inmóvil en su silla, frente a los almendros, con la cabeza apoyada en su hombro izquierdo, en plena ensoñación; seguramente imaginándose de nuevo recorriendo los caminos, rescatando sirvientas, usurpando sotanas, confesando presos o conquistando a Clara: la que fuera su mujer durante casi cincuenta años. Cree firmemente que realmente hizo todo aquello, incluso que su rostro sirvió de inspiración para tallar en piedra la cabeza de uno de los salvajes del blasón más peculiar de Cadalso de los Vidrios. Lo cree, pese a que no ha salido del pueblo en toda su vida. En ocasiones, también piensa que yo soy su esposa; otras veces me llama simplemente “niña”. Míralo, ahí, enfrentado a su propia faz, con esa mueca confusa, entre párvula y desafiante, como si estuviera a punto de propinarle un bastonazo al primero que se le pusiera delante. Ha vuelto a llamarme Clarita, ¿acaso habría de ofenderme? Al fin y al cabo, es mi abuelo, aunque él no lo recuerde.

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