EL CASICUENTO DE SANTI “EL ESCACHARRAO”
Felipe
Cartas Rodríguez Relato presentado al Concurso Literario de la AACSCV.
Santiago nació en un pequeño pueblo
castellano de gente sencilla, acogedora, marcado por la historia y por el
deambular de muchas personas que buscaban a pasos la vida, como lo hacían los
hilillos de agua entre las piedras de sus bellos arroyos, creciendo mientras
rastrean el río que dé sentido a su tránsito. Vivía en una pequeña casa de
piedra que levantó con gran esfuerzo su abuelo, Sabino “El Cacharrero”, allí
donde el camino Chico empina hacia el pueblo y se adivina el esbelto campanario
de la iglesia o el olor a madera quemada que brota de los hogares.
La infancia de Santi, “el escacharrao”,
como le apodaron maliciosamente los niños del pueblo, fue muy distinta a la de
los otros. Sobrevivía, con sus padres y tres hermanos, gracias al pequeño
huerto y a jornales esporádicos de su padre, algo muy común al resto de
habitantes. Lo que le hizo especial fue lo que ocurrió aquella noche.
Pili, la burra, estaba de parto. Una
situación repetida, normal, si no hubiese sido porque el borriquillo que quería
nacer venía mal colocado. Su padre la estaba ayudando y Santi, con apenas cinco
años, intrigado por el milagro de la vida, se puso a observar en el lugar y
momento equivocado. El animal, dolorido, le dio una tremenda coz, lanzándolo
contra la granítica pared de la cuadra.
Un mal golpe en la cabeza y una pierna
destrozada fueron las fatídicas consecuencias. Siguieron años de médicos y
soledad, días de dolor y sombras, que lo separaron poco a poco del resto de
niños, de sus juegos y aficiones. Asistió a la escuela cuando pudo, rezagado de
los demás, y a los once años les dijo a sus padres que no quería volver a ir.
Estaba harto de que le llamaran “escacharrao” o “tontinaco”, que era aun peor,
solo porque andaba diferente y pensaba despacio. Amén, les recalcó, de que
aprendía muchas más cosas de los caminantes, a los que empezó a acompañar con
apenas nueve años. Le apasionaba andar, en cierta forma por llevar la contraria
a los que decían que no podría hacerlo, especialmente con los caminantes
solitarios. Desde que los divisaba, hasta que se despedía de ellos, no recorría
menos de tres kilómetros cada vez que los escoltaba por “su” camino, el
de Santiago, escuchando embebido sus anónimas andanzas.
Con el alba, se
levantaba resuelto, preparaba un gran tazón de leche con trozos de pan y miraba
hacia el molinillo desde la puerta, expectante por divisar una figura entre los
olivos centenarios y las alineadas viñas. Atendía a los animales de la casa,
encargándose también de hacer los mandados e ir a buscar agua a la fuente con
Platero, el burro que felizmente pudo nacer aquella noche aciaga. Su primer
nombre no fue ese, se lo cambió un día que un caminante le habló de otro muy
parecido que salía en un cuento. Excepto el rabo y una mancha que tenía en la
pata trasera, lucía un mullido pelo blanco, de flor de almendro, le gustaba
pensar.
Lo sacaba del corral y salía “al
encuentro”, como decía él. “ Hola. Soy Santi”, les saludaba sonriente y,
sin pausa, empezaba el salmo rutinario de preguntas: ¿cómo se llama usted?,
¿de dónde viene?, ¿quieres agua?, “¿le llevo a la taberna?”, “si quiere,
Platero puede llevarte la carga un rato y así descansas”. A continuación,
digno cronista del pueblo, narraba pausadamente todo lo que había aprendido
trayecto a trayecto, año tras año, sazonado con leyendas que caminantes
ilustrados le contaban. “Éste es el camino que lleva a la lagunilla, donde
está la ermita románica de San Antón, del siglo XI”, añadía orondo.
“Esta es la casa de las Bestias, donde moraba D. Alvaro de Quincozes”, “estos
dinteles son muy antiguos, como esas piedras, que eran de la muralla del
castillo árabe”, ”por ahí se baja al valle y por allí se sube a la sierra,
donde están las tumbas de piedra, que son visigodas”. “Por aquí ha pasado mucha
gente”, repetía ilusionado a todos. Llegando a la Iglesia, reposaban el
camino en el banco que había debajo del gran olmo, finalizaba su académica
aportación y con una mezcla de curiosidad y admiración, les hacía a todos la
misma pregunta: “Y tú, ¿porqué andas tanto?”. Muchas veces no entendía
muy bien lo que le respondían. Eran palabras sencillas, cariño, soledad,
resistencia, búsqueda, aventura, necesidad, olvido, constancia, amor, muchas de
las cuales, aunque intuía su significado, solo las escuchaba allí. Había una
que le hacía mucha gracia, esperanza, porque así se llamaba la madre de su
único amigo. A veces, la media hora de trayecto, se prolongaba con amables
conversaciones que iluminaban sus maltratadas mochilas, despidiéndose con un
ingenuo y agradecido: “¡Bahh, no hay de que, si lo del estanque de palacio
lo sabe todo el mundo!. Gracias a ti, que me has enseñado otras cosas. Buen
Camino”, lanzado al viento como un abrazo sonoro que partía con los
caminantes.
Durante lustros fue atesorando
capítulos de vida que solo ocurrían en su camino, por el que todos preguntaban
cuando le veían:”¿Éste es el camino de Santiago? Así es, sea usted
bienvenido a mi camino”, les respondía sonriente y orgulloso. Hasta los
propios paisanos, con cierto aire de burla, les emplazaban a su encuentro para
que les guiara en el trayecto. “Su camino” y aun más, su persona, se empezó a
referir frecuentemente en los mentideros de los peregrinos, albergues y hasta
en la misma Plaza del Obradoiro. Era para todos un recuerdo entrañable, un
momento de bondad que les había dado fuerzas para continuar la marcha con
humildad.
Hoy, anclado como el anciano roble a la
puerta de su casa, sigue invitando con su lengua de trapo a los caminantes a un
trago de agua fresca y un momento de encuentro. Vive solo con Babieca, la nieta
de Platero, alejado del monótono pulso del pueblo, en el que quedan menos de
cien paisanos y las risas de los niños escasean. Para muchos de ellos sigue
siendo “el escacharrao”. Para los que llegan a Compostela, Santiago, “El Guía”,
el que lleva toda su vida andando, escuchando, soñando mientras camina con que
no acabe nunca y amando sin interés cuando acude feliz cada día a su cita con
el camino, con su propio camino, el de Santi.
Me gusta tu escrito amigo Felipe. Un abrazo y enhorabuena.
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