PATROCINADORES 2024-1

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La Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios agradece su colaboración a todos nuestros PATROCINADORES. Muchas Gracias.

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CONCURSO FOTOGRÁFICO PARA EL CALENDARIO DE 2025

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MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO

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FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES DEL CAMINO DE SANTIAGO LEVANTE-SURESTE

MAPA FOLLETO

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MAPA DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID, DESDE ESCALONA A CADALSO Y DE CADALSO HASTA CEBREROS, CON FOTOS DE LUGARES SINGULARES DE TODAS LAS POBLACIONES.

INFORMACIÓN FOLLETO

INFORMACIÓN FOLLETO
CARA DE INFORMACIÓN DEL MAPA DE LAS ETAPAS DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID ENTRE ESCALONA (TOLEDO) Y CEBREROS (ÁVILA) CON INFORMACIÓN DE LOS RECURSOS EN LOS DISTINTOS MUNICIPIOS. ESTE FOLLETO HA SIDO EDITADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS CON EL PATROCINIO DE LA CONSEJERÍA DE TURISMO DE LA COMUNIDAD DE MADRID. AGRADECEMOS AL AYUNTAMIENTO DE CADALSO SU COLABORACIÓN.

sábado, 20 de junio de 2020

EL CASICUENTO DE SANTI EL "ESCACHARRAO"


EL CASICUENTO DE SANTI “EL ESCACHARRAO”
                                                                            Felipe Cartas Rodríguez  Relato presentado al Concurso Literario de la AACSCV.

     Santiago nació en un pequeño pueblo castellano de gente sencilla, acogedora, marcado por la historia y por el deambular de muchas personas que buscaban a pasos la vida, como lo hacían los hilillos de agua entre las piedras de sus bellos arroyos, creciendo mientras rastrean el río que dé sentido a su tránsito. Vivía en una pequeña casa de piedra que levantó con gran esfuerzo su abuelo, Sabino “El Cacharrero”, allí donde el camino Chico empina hacia el pueblo y se adivina el esbelto campanario de la iglesia o el olor a madera quemada que brota de los hogares.

     La infancia de Santi, “el escacharrao”, como le apodaron maliciosamente los niños del pueblo, fue muy distinta a la de los otros. Sobrevivía, con sus padres y tres hermanos, gracias al pequeño huerto y a jornales esporádicos de su padre, algo muy común al resto de habitantes. Lo que le hizo especial fue lo que ocurrió aquella noche.
Pili, la burra, estaba de parto. Una situación repetida, normal, si no hubiese sido porque el borriquillo que quería nacer venía mal colocado. Su padre la estaba ayudando y Santi, con apenas cinco años, intrigado por el milagro de la vida, se puso a observar en el lugar y momento equivocado. El animal, dolorido, le dio una tremenda coz, lanzándolo contra la granítica pared de la cuadra.

     Un mal golpe en la cabeza y una pierna destrozada fueron las fatídicas consecuencias. Siguieron años de médicos y soledad, días de dolor y sombras, que lo separaron poco a poco del resto de niños, de sus juegos y aficiones. Asistió a la escuela cuando pudo, rezagado de los demás, y a los once años les dijo a sus padres que no quería volver a ir. Estaba harto de que le llamaran “escacharrao” o “tontinaco”, que era aun peor, solo porque andaba diferente y pensaba despacio. Amén, les recalcó, de que aprendía muchas más cosas de los caminantes, a los que empezó a acompañar con apenas nueve años. Le apasionaba andar, en cierta forma por llevar la contraria a los que decían que no podría hacerlo, especialmente con los caminantes solitarios. Desde que los divisaba, hasta que se despedía de ellos, no recorría menos de tres kilómetros cada vez que los escoltaba por “su” camino, el de Santiago, escuchando embebido sus anónimas andanzas. 

     Con el alba, se levantaba resuelto, preparaba un gran tazón de leche con trozos de pan y miraba hacia el molinillo desde la puerta, expectante por divisar una figura entre los olivos centenarios y las alineadas viñas. Atendía a los animales de la casa, encargándose también de hacer los mandados e ir a buscar agua a la fuente con Platero, el burro que felizmente pudo nacer aquella noche aciaga. Su primer nombre no fue ese, se lo cambió un día que un caminante le habló de otro muy parecido que salía en un cuento. Excepto el rabo y una mancha que tenía en la pata trasera, lucía un mullido pelo blanco, de flor de almendro, le gustaba pensar.

     Lo sacaba del corral y salía “al encuentro”, como decía él. “ Hola. Soy Santi”, les saludaba sonriente y, sin pausa, empezaba el salmo rutinario de preguntas: ¿cómo se llama usted?, ¿de dónde viene?, ¿quieres agua?, “¿le llevo a la taberna?”, “si quiere, Platero puede llevarte la carga un rato y así descansas”. A continuación, digno cronista del pueblo, narraba pausadamente todo lo que había aprendido trayecto a trayecto, año tras año, sazonado con leyendas que caminantes ilustrados le contaban. “Éste es el camino que lleva a la lagunilla, donde está la ermita románica de San Antón, del siglo XI”, añadía orondo. “Esta es la casa de las Bestias, donde moraba D. Alvaro de Quincozes”, “estos dinteles son muy antiguos, como esas piedras, que eran de la muralla del castillo árabe”, ”por ahí se baja al valle y por allí se sube a la sierra, donde están las tumbas de piedra, que son visigodas”. “Por aquí ha pasado mucha gente”, repetía ilusionado a todos. Llegando a la Iglesia, reposaban el camino en el banco que había debajo del gran olmo, finalizaba su académica aportación y con una mezcla de curiosidad y admiración, les hacía a todos la misma pregunta: “Y tú, ¿porqué andas tanto?”. Muchas veces no entendía muy bien lo que le respondían. Eran palabras sencillas, cariño, soledad, resistencia, búsqueda, aventura, necesidad, olvido, constancia, amor, muchas de las cuales, aunque intuía su significado, solo las escuchaba allí. Había una que le hacía mucha gracia, esperanza, porque así se llamaba la madre de su único amigo. A veces, la media hora de trayecto, se prolongaba con amables conversaciones que iluminaban sus maltratadas mochilas, despidiéndose con un ingenuo y agradecido: “¡Bahh, no hay de que, si lo del estanque de palacio lo sabe todo el mundo!. Gracias a ti, que me has enseñado otras cosas. Buen Camino”, lanzado al viento como un abrazo sonoro que partía con los caminantes.

     Durante lustros fue atesorando capítulos de vida que solo ocurrían en su camino, por el que todos preguntaban cuando le veían:”¿Éste es el camino de Santiago? Así es, sea usted bienvenido a mi camino”, les respondía sonriente y orgulloso. Hasta los propios paisanos, con cierto aire de burla, les emplazaban a su encuentro para que les guiara en el trayecto. “Su camino” y aun más, su persona, se empezó a referir frecuentemente en los mentideros de los peregrinos, albergues y hasta en la misma Plaza del Obradoiro. Era para todos un recuerdo entrañable, un momento de bondad que les había dado fuerzas para continuar la marcha con humildad.

     Hoy, anclado como el anciano roble a la puerta de su casa, sigue invitando con su lengua de trapo a los caminantes a un trago de agua fresca y un momento de encuentro. Vive solo con Babieca, la nieta de Platero, alejado del monótono pulso del pueblo, en el que quedan menos de cien paisanos y las risas de los niños escasean. Para muchos de ellos sigue siendo “el escacharrao”. Para los que llegan a Compostela, Santiago, “El Guía”, el que lleva toda su vida andando, escuchando, soñando mientras camina con que no acabe nunca y amando sin interés cuando acude feliz cada día a su cita con el camino, con su propio camino, el de Santi.

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