GRATIAS APOSTOLO
RELATO GANADOR DEL V CONCURO LITERARIO DE RELATO CORTO.
Año 1496 de nuestro Señor.
Imagen de Raquel Álvarez.
Siento que las fuerzas van abandonando este cuerpo maltrecho por el paso
de los años y que los recuerdos confusos van adueñándose de mi mente. Antes de
que el Señor, más temprano que tarde, decida que mi tiempo entre los mortales
llega a su fin, y en la soledad de mis aposentos que ya no abandono, consagro
mis esfuerzos a plasmar en estas líneas lo que aconteció durante mi
peregrinación a la tumba de nuestro glorioso santo y luz del mundo, el Apóstol
Santiago.
El comienzo de esta odisea no viene motivado por el espíritu de aventura
ni de buena fortuna, tan apreciado por muchos recién llegados a este mundo. En
el atardecer de la vida, solo ansío contemplar amaneceres cuya luz alimente mi
fe. Devoto me proclamo y soy consciente de que el sacrificio y los sinsabores
que puedo hallar en el camino son la penitencia que debe de estar por encima de
preocupación o interés mundano cualesquiera.
Arribamos al puerto de Venecia, ciudad de grandes riquezas que
sorprendieron a este humilde peregrino poco conocedor de tales muestras de
ostentación. En Roma, me postré de rodillas ante el príncipe de los apóstoles:
San Pedro. Luego Constanza, Basilea, Colonia, Flandes, París y Bayona antes de
atravesar los Pirineos para poner rumbo a Santiago de Compostela por el camino
llamado del Norte o de la Costa. En Bilbao, si bien he de decir que hallé
cierta dificultad en comprender el habla de las gentes que se hacían llamar
vascones, me place recordar que, en todos y cada uno de los lugares a los que
me allegué, su caridad y hospitalidad me reconfortaron.
Abandoné la costa en dirección a Oviedo, pero retorné a ella para
contemplar, ya en Gallaecia, dónde muere el Cantábrico. En Betanzos, con el
corazón henchido de deseos por llegar, no quise retrasar mi destino. Partí
raudo sin a penas descanso, tal era mi impaciencia.
Con mucho gozo contemplé, finalmente, el Pórtico de la Gloria. No podré
olvidar lo insignificante que me sentí ante tan gran obra. Sé bien que es
creación humana, pero no me cabe duda alguna de que la inspiración de Dios dirigió
la mano del maestro Mateo. Veneré la tumba del apóstol con la faz en tierra y,
con un mar de lágrimas, imploré la remisión de mis pecados.
Es bien cierto que, lo descrito hasta ahora, no aporta a mi relato nada
que cualquier otro peregrino no pudiera contar y que bien está lo que bien
acaba como podríais pensar de esta mi historia. Mas este siervo de Dios no
quería dar por terminado este viaje donde empieza todo, Santiago, sino donde acaba,
Finisterre, la tumba del sol.
Allá me dirigí tras renovar mis votos en la fe, pero un percance en el
camino retrasó la llegada a mi hospedaje. Sorprendido por la oscura noche,
avancé por un bosque sumido en un silencio sepulcral donde los animales
nocturnos se guardaban de emitir sonido alguno, como espectadores de lo que iba
a acontecer. Las ramas de los árboles se abrazaban y retorcían entre sí
formando un dosel tupido por el que el camino se intuía más que se veía. Solo
el viento osaba mecer, las hojas lo que no conseguía aliviar la congoja que se
apoderó de mí. La respiración aumentada, el sudor en mi frente, el corazón
desbocado como un reo aguardando su castigo. Solo a veces, las nubes dejaban
espacio a la luz sustituyendo la oscuridad por sombras que la imaginación
traicionera transformaba en figuras infernales. La luz nos aleja de la oscuridad,
pero no siempre estamos preparados para ver lo que nos muestra.
Quedeme postrado, sin ser dueño de mis piernas, durante un tiempo que no
recuerdo. El ulular de los búhos me trajeron de vuelta y lloré. Lloré como
había hecho ante la tumba del santo, agradecido.
Sé que fue el diablo que a prueba puso
mi alma. Dijéronme los del lugar, gentes de bien cuya ayuda fue de gran estima,
que a la criatura se la conocía como vákner, o lobishome, el hombre lobo, que
merodeaba por esas tierras en procura de caminantes. Sea lo que fuere, yo lo vi
y aún sigue en mis pesadillas mirándome con sus ojos infernales. Mas sé también
que Santiago, blandiendo su espada, protegió a este su siervo del diablo
inmisericorde.
Autora: Carmen Luisa Varela Abeledo, participa desde Madrid.
Relato ganador del V Concurso Literario de Relato Corto.
Felicidades y enhorabuena , un buen relato
ResponderEliminarGracias Carmen por tu relato, que tendrá Santiago que después de tantos años nos siga inspirando algo. Ángel Canillo
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