PATROCINADORES 2023-1

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La Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios agradece su colaboración a todos nuestros PATROCINADORES. Muchas Gracias.

PATROCINADORES 2023-2

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MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO

MAPA DE METRO DE LOS CAMINOS DE SANTIAGO
FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES DEL CAMINO DE SANTIAGO LEVANTE-SURESTE

MAPA FOLLETO

MAPA FOLLETO
MAPA DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID, DESDE ESCALONA A CADALSO Y DE CADALSO HASTA CEBREROS, CON FOTOS DE LUGARES SINGULARES DE TODAS LAS POBLACIONES.

INFORMACIÓN FOLLETO

INFORMACIÓN FOLLETO
CARA DE INFORMACIÓN DEL MAPA DE LAS ETAPAS DEL CAMINO DEL SURESTE A SU PASO POR LA PROVINCIA DE MADRID ENTRE ESCALONA (TOLEDO) Y CEBREROS (ÁVILA) CON INFORMACIÓN DE LOS RECURSOS EN LOS DISTINTOS MUNICIPIOS. ESTE FOLLETO HA SIDO EDITADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS CON EL PATROCINIO DE LA CONSEJERÍA DE TURISMO DE LA COMUNIDAD DE MADRID. AGRADECEMOS AL AYUNTAMIENTO DE CADALSO SU COLABORACIÓN.
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domingo, 18 de abril de 2021

RELATO GANADOR DEL SEGUNDO CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO.

 RELATO GANADOR DEL SEGUNDO CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO.

        CONTIGO SIEMPRE EN EL CAMINO                      

                                                               Raquel Sebastián Poza

      Regresaba a casa después de una semana trabajando fuera de su ciudad. Conducía tranquilo, pero algo alteró esa tranquilidad. Era un cartel donde ponía Zubiri. Aquel nombre del pueblo le trajo en unos segundos un montón de vivencias, durante un tiempo aparcadas. Era el último pueblo donde habían terminado la etapa del Camino de Santiago. Recordó anécdotas que le hicieron reír, pero también las lágrimas le inundaron los ojos y tuvo que parar en una vía de servicio porque le impedían ver la carretera. Dio rienda suelta a emociones añoradas. Una puerta que hacía tiempo que estaba cerrada y que aquel pueblo le abrió.


      Llegó a casa y Sofía pronto se dio cuenta que algo le pasaba.

      -¿El trabajo bien? –preguntó.

     - Sí… si, todo bien. – Dijo Pablo.

     -¿Qué te pasa? Te noto raro.

     -Umm no nada, nada.- Contestó dubitativo Pablo.

     -Te conozco demasiado bien para saber que algo te inquieta.

Pablo le contó lo que le había ocurrido viniendo por la carretera.

     -¡Llámale!  –dijo Sofía

     -Es que no sé, hace tanto tiempo.

     -¡El tiempo es lo único que estáis perdiendo! – Le recrimino Sofía.

Aquella noche Pablo no puedo dormir. Recordó tantos y tantos momentos vividos con su hermano. Habían sido inseparables, almas gemelas.

     -¿Cuánto tiempo hacía que no se hablaban?  ¿2, 3 años?  ¿Cuál fue el motivo que los separó?  Intentó recordar la causa de su distanciamiento. Pero ahora con el paso del tiempo le pareció tan pequeña la causa y tan grande la pérdida.

     La noche no se marchaba y venían los recuerdos de los 10 años seguidos que habían hecho el Camino de Santiago.  Siempre en la misma fecha. Siempre una semana. Siempre los dos juntos.  – Ooooh, cómo le echaba de menos. Sintió en la oscuridad de la noche tanta nostalgia. Se dio cuenta de que era tanta la perdida.

 -¿Merecía la pena? – se preguntó Pablo.

     A la mañana siguiente se levantó cansado y triste. Se estaba tomando un café cuando miró el calendario. Faltaban sólo tres días para la fecha que siempre reservaban para hacer una etapa del Camino de Santiago.


     Un impulso lo levanto de la silla y se fue a buscar su cuaderno de rutas. Una energía nueva le invadió. No lo pensó mucho, cogió su móvil, buscó el nombre de su hermano y le mandó un mensaje:

     PRÓXIMA RUTA: ZUBIRI – STO DOMINGO DE LA CALZADA

                                        SALIDA: 8 DE LA MAÑANA.

No escribió nada más.

Le contó a Sofía que se iba a hacer la ruta y que había mandado un mensaje a su hermano. Ella sonrió y le abrazó.

     Se puso a preparar la mochila, las botas, los bastones… Sentía como volvía a tener ilusión y una gran sonrisa se dibujaba en su rostro. Dejó todo organizado en el trabajo y el domingo puso rumbo a Zubiri.                         

     Durmió en el albergue Municipal. A las 8 en punto salió a la calle nervioso e inquieto.  -¿Habría venido? ¿Habría entendido el mensaje? 


      Sus ojos recorrieron la calle y sólo vio a dos extranjeros y tres chicas jóvenes.

     En aquella época del año había pocos peregrinos. Esperó unos minutos y se puso a caminar

     Caminó mucho rato con tristeza y melancolía. Pero empezó a notar una extraña sensación y una energía nueva  que le rodeaba.

     Alguien se puso a caminar junto a él, sin decir palabra. A Pablo le dio miedo mirar y no lo hizo. Sólo disfrutó de la sensación que le había invadido. Caminaron en silencio.


     Al llegar a un cruce se pararon, giraron las cabezas y se miraron, pero apenas se vieron pues las lágrimas se lo impedían. Se abrazaron con fuerza. En aquel silencio y en aquel abrazo se perdonaron todo. No hicieron falta palabras ni nada más.

     El Camino de Santiago les volvió a unir y no dejaron nunca que nada les separara. Cada año volvían se miraban y decían: CONTIGO SIEMPRE EN EL CAMINO.

 



miércoles, 14 de abril de 2021

RESOLUCIÓN DEL SEGUNDO CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO

 RESOLUCIÓN DEL SEGUNDO CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO.

     Organizado por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios la edición de este año 2021 ya tiene relato ganador. Se trata del relato "Contigo siempre en el Camino" y cuya autora es Raquel Sebastián Poza, de San Martín de Valdeiglesias.

     Se han presentado un total de 21 relatos, muchos de ellos de una calidad literaria muy valorada por los miembros del jurado, lo que ha provocado un largo debate sobre las características y valores que transmiten haciendo complicado el proceso de selección de los relatos finalistas, que en esta ocasión han sido tres:

     "El niño dicharachero del albergue" presentado bajo el seudónimo Limón Azul y cuya autora es Isabel García Viñao, que nos mandó su relato desde Jaca (Huesca).

     "Cadalso 2101" presentado bajo el seudónimo Borondón y cuyo autor es Ignacio Ceballos Viro, que envió su relato desde Chapinería (Madrid).

     "Contigo siempre en el Camino" presentado bajo el seudónimo Zapo y cuya autora es Raquel Sebastián Poza que envió su relato desde San Martín de Valdeiglesias (Madrid).

   El jurado he estado formado por las siguientes personas, a las que la Asociación agradece su trabajo y dedicación:

     Concha García Boj, propietaria de la librería-papelería Papel Prim, patrocinadora de la Asociación y gran promotora de la lectura en Cadalso.

     Javier Fernández Jiménez, escritor y comunicador, autor de numerosos cuentos y libros, entre ellos "El paseo de Haima", con ilustraciones de Ester López, y locutor de radio de los programas "Castillos en el aire", "Menudo castillo" y "La biblioteca encantada" de Radio 21.

     Rafael Rodríguez, responsable de varios grupos y talleres de lectura en diversos municipios de la Mancomunidad los Pinares y promotor de la cultura y las artes escénicas allí donde se encuentre.

     Raquel López Moreno, profesora de Literatura y vocal de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Cadalso de los Vidrios.

     Silvia Becerro Blanco, graduada en Historia del Arte y autora del libro "Cadalso de los Vidrios, rutas con historia".


     Actuó como secretario, con voz pero sin voto, Javier Perals.

     De los relatos presentados 12 proceden de la Comunidad de Madrid, dos vienen de Albacete, dos de Huesca, uno de ellos finalista procede de Jaca, dos de Andalucía (Sevilla y Jerez), uno de Mallorca, uno de Aviles y otro de la ciudad rumana de Galati, dando un carácter internacional al concurso.

     De los autores que presentan sus relatos cuatro son hombres y diecisiete son mujeres, haciendo patente su empuje en la participación cultural, que en este caso brindaba la AACSCV.

     Todos los textos presentados serán publicados a través de nuestro blog.

Fotos: Facilitadas por la ganadora, por Javier Fernández y

Realiza la entrada Javier Perals.

sábado, 20 de junio de 2020

EL CASICUENTO DE SANTI EL "ESCACHARRAO"


EL CASICUENTO DE SANTI “EL ESCACHARRAO”
                                                                            Felipe Cartas Rodríguez  Relato presentado al Concurso Literario de la AACSCV.

     Santiago nació en un pequeño pueblo castellano de gente sencilla, acogedora, marcado por la historia y por el deambular de muchas personas que buscaban a pasos la vida, como lo hacían los hilillos de agua entre las piedras de sus bellos arroyos, creciendo mientras rastrean el río que dé sentido a su tránsito. Vivía en una pequeña casa de piedra que levantó con gran esfuerzo su abuelo, Sabino “El Cacharrero”, allí donde el camino Chico empina hacia el pueblo y se adivina el esbelto campanario de la iglesia o el olor a madera quemada que brota de los hogares.

     La infancia de Santi, “el escacharrao”, como le apodaron maliciosamente los niños del pueblo, fue muy distinta a la de los otros. Sobrevivía, con sus padres y tres hermanos, gracias al pequeño huerto y a jornales esporádicos de su padre, algo muy común al resto de habitantes. Lo que le hizo especial fue lo que ocurrió aquella noche.
Pili, la burra, estaba de parto. Una situación repetida, normal, si no hubiese sido porque el borriquillo que quería nacer venía mal colocado. Su padre la estaba ayudando y Santi, con apenas cinco años, intrigado por el milagro de la vida, se puso a observar en el lugar y momento equivocado. El animal, dolorido, le dio una tremenda coz, lanzándolo contra la granítica pared de la cuadra.

     Un mal golpe en la cabeza y una pierna destrozada fueron las fatídicas consecuencias. Siguieron años de médicos y soledad, días de dolor y sombras, que lo separaron poco a poco del resto de niños, de sus juegos y aficiones. Asistió a la escuela cuando pudo, rezagado de los demás, y a los once años les dijo a sus padres que no quería volver a ir. Estaba harto de que le llamaran “escacharrao” o “tontinaco”, que era aun peor, solo porque andaba diferente y pensaba despacio. Amén, les recalcó, de que aprendía muchas más cosas de los caminantes, a los que empezó a acompañar con apenas nueve años. Le apasionaba andar, en cierta forma por llevar la contraria a los que decían que no podría hacerlo, especialmente con los caminantes solitarios. Desde que los divisaba, hasta que se despedía de ellos, no recorría menos de tres kilómetros cada vez que los escoltaba por “su” camino, el de Santiago, escuchando embebido sus anónimas andanzas. 

     Con el alba, se levantaba resuelto, preparaba un gran tazón de leche con trozos de pan y miraba hacia el molinillo desde la puerta, expectante por divisar una figura entre los olivos centenarios y las alineadas viñas. Atendía a los animales de la casa, encargándose también de hacer los mandados e ir a buscar agua a la fuente con Platero, el burro que felizmente pudo nacer aquella noche aciaga. Su primer nombre no fue ese, se lo cambió un día que un caminante le habló de otro muy parecido que salía en un cuento. Excepto el rabo y una mancha que tenía en la pata trasera, lucía un mullido pelo blanco, de flor de almendro, le gustaba pensar.

     Lo sacaba del corral y salía “al encuentro”, como decía él. “ Hola. Soy Santi”, les saludaba sonriente y, sin pausa, empezaba el salmo rutinario de preguntas: ¿cómo se llama usted?, ¿de dónde viene?, ¿quieres agua?, “¿le llevo a la taberna?”, “si quiere, Platero puede llevarte la carga un rato y así descansas”. A continuación, digno cronista del pueblo, narraba pausadamente todo lo que había aprendido trayecto a trayecto, año tras año, sazonado con leyendas que caminantes ilustrados le contaban. “Éste es el camino que lleva a la lagunilla, donde está la ermita románica de San Antón, del siglo XI”, añadía orondo. “Esta es la casa de las Bestias, donde moraba D. Alvaro de Quincozes”, “estos dinteles son muy antiguos, como esas piedras, que eran de la muralla del castillo árabe”, ”por ahí se baja al valle y por allí se sube a la sierra, donde están las tumbas de piedra, que son visigodas”. “Por aquí ha pasado mucha gente”, repetía ilusionado a todos. Llegando a la Iglesia, reposaban el camino en el banco que había debajo del gran olmo, finalizaba su académica aportación y con una mezcla de curiosidad y admiración, les hacía a todos la misma pregunta: “Y tú, ¿porqué andas tanto?”. Muchas veces no entendía muy bien lo que le respondían. Eran palabras sencillas, cariño, soledad, resistencia, búsqueda, aventura, necesidad, olvido, constancia, amor, muchas de las cuales, aunque intuía su significado, solo las escuchaba allí. Había una que le hacía mucha gracia, esperanza, porque así se llamaba la madre de su único amigo. A veces, la media hora de trayecto, se prolongaba con amables conversaciones que iluminaban sus maltratadas mochilas, despidiéndose con un ingenuo y agradecido: “¡Bahh, no hay de que, si lo del estanque de palacio lo sabe todo el mundo!. Gracias a ti, que me has enseñado otras cosas. Buen Camino”, lanzado al viento como un abrazo sonoro que partía con los caminantes.

     Durante lustros fue atesorando capítulos de vida que solo ocurrían en su camino, por el que todos preguntaban cuando le veían:”¿Éste es el camino de Santiago? Así es, sea usted bienvenido a mi camino”, les respondía sonriente y orgulloso. Hasta los propios paisanos, con cierto aire de burla, les emplazaban a su encuentro para que les guiara en el trayecto. “Su camino” y aun más, su persona, se empezó a referir frecuentemente en los mentideros de los peregrinos, albergues y hasta en la misma Plaza del Obradoiro. Era para todos un recuerdo entrañable, un momento de bondad que les había dado fuerzas para continuar la marcha con humildad.

     Hoy, anclado como el anciano roble a la puerta de su casa, sigue invitando con su lengua de trapo a los caminantes a un trago de agua fresca y un momento de encuentro. Vive solo con Babieca, la nieta de Platero, alejado del monótono pulso del pueblo, en el que quedan menos de cien paisanos y las risas de los niños escasean. Para muchos de ellos sigue siendo “el escacharrao”. Para los que llegan a Compostela, Santiago, “El Guía”, el que lleva toda su vida andando, escuchando, soñando mientras camina con que no acabe nunca y amando sin interés cuando acude feliz cada día a su cita con el camino, con su propio camino, el de Santi.

jueves, 11 de junio de 2020

SEGUIR ANDANDO, RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO

RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO DE LA AACSCV.
SEGUIR ANDANDO         Javier Díez Carmona
El miedo me asalta por las noches.
No importa que deje encendida la luz del dormitorio. No importa que a través de la ventana las estrellas me sonrían con la callada quietud de su luz adormecida. Cuando el silencio invade la vivienda, cuando solo el rumor quedo del Cantábrico me arrulla con pasión de enamorado, el monstruo que habita en mis entrañas despierta hambriento de mi cuerpo. Y al sentir el rumor de sus pasos sobre la carne mustia, el veneno de su aliento acariciando el envés cuarteado de la piel, un terror ingobernable revienta contra mi cordura. Porque, una vez desperezada, esa alimaña nacida de mis células deformes clavará sus colmillos en mi alma, ansiosa por arrancar a grandes dentelladas trozos sanguinolentos de mí misma, excrecencias que la engordan y alimentan hasta hacerla inmune al vudú extraño de los médicos y al fuego de la radioterapia.

El miedo me asalta por las noches.
Y por las noches me enfrento al hielo de su abrazo armada de recuerdos y esperanza.
Éramos jóvenes. Cuatro muchachas henchidas de proyectos. Frente a nosotras, el Camino se abría, estrecho e infinito. Santiago quedaba lejos, velado por una distancia inalcanzable a la cortedad de nuestros pasos. Y, sin embargo, su presencia era palpable en cada hoja raída de otoño, en cada nube polvorienta adherida a nuestras botas, en cada conversación y cada silencio. Desde Toledo, el camino serpenteaba entre pinares viejos y piedras amarilleadas de musgo, olorosas a tomillo y ganado. También a asfalto y tráfico de camiones, pero esos instantes hediondos a gasoil apenas si dejaron en mi memoria ecos dispersos de su paso.

No eran muchos los peregrinos que aquel octubre desangelado se atrevieron a afrontar los casi setecientos kilómetros que nos separaban de la morada última del Santo. A veces, en los albergues, éramos las únicas beneficiarias de una hospitalidad que, en el fragor diario de la ciudad, llegamos a creer desaparecida. Otras, las menos, compartíamos habitación y literas con parejas de cabellos rubios y habla ininteligible, o con grupos de jubilados prestos a disfrutar al límite de una libertad reencontrada tras romper las cadenas laborales.

Pero si en los peores momentos de la enfermedad regreso a ese año en que una locura extraña nos animó a caminar hasta Santiago, es porque el dolor que el cáncer provoca en mis entrañas me devuelve a la caída que, en la tercera etapa de nuestra aventura, estuvo a punto de mandarme de vuelta a casa.
Era una carreterita estrecha, por donde ascendíamos arrastrando a duras penas el cansancio de la jornada. Tropecé, no sé ni cómo, y el peso de mi cuerpo y mi mochila aterrizó sobre mi rodilla izquierda. Y todavía hoy, a pesar de los años transcurridos, a pesar de las enfermedades y los negros augurios de los galenos, recordar ese momento despierta en mis huesos pinchazos de temor y pesar.

Gracias a mis amigas, logré alcanzar Cadalso de los Vidrios, el punto donde, no tenía dudas, morían mis esperanzas de seguir en la aventura. Apenas podía caminar, y apoyar la pierna lacerada era un suplicio soportable a duras penas. No había albergue entonces en Cadalso, de modo que, refugiadas en una tahona olorosa a café y adobo, hicimos un recuento apresurado de nuestro dinero en la confianza de que alcanzara para el taxi de regreso. Allí, en aquel villorrio que entonces me pareció insignificante, y hoy ocupa un lugar privilegiado en mi memoria, terminaba nuestro sueño.

Primero fue la mujer que atendía la barra, preocupada ante la expresión descompuesta de mi rostro. Después, un grupo de parroquianos que se acercaron en busca de una baraja y unas horas de asueto. Una anciana, que avisó a su hijo y sus nietos. De repente, y sin necesidad de pedir nada, decenas de vecinos rodeaban nuestra mesa ofreciéndonos ayuda, refugio y compañía en un momento en que nuestro endeble universo adolescente amenazaba desplomarse.

Fueron ellos, fue su espontanea solidaridad, quizá entendible solo en el marco atemporal del Camino, quienes frenaron el derrumbe de nuestros anhelos. Sin hacer caso a nuestras débiles protestas, nos alojaron en una vivienda vacía, acondicionada en unas horas como albergue, un refugio sencillo y acogedor donde permanecimos el tiempo que mi rodilla tardó en volver a su grosor habitual. Nos trajeron mantas y comida, compañía y aliento en cada palabra. Y cuando, todavía cojeando, nos animamos a abandonar aquel inesperado oasis de cariño, fueron varios los vecinos que, preocupados todavía por mi estado, caminaron con nosotras hasta Cebreros.

Solas, habríamos sido incapaces de llegar a nuestro destino.
Por eso, cuando se duerme la tierra y el miedo me atenaza, me aferro a quienes hoy me acompañan en esta ruta cuya meta no es otra que la vida: a la oncóloga, al enfermero, y a la pléyade de sonrisas y gestos mudos de ternura que, desde la aséptica blancura de un hospital que es mi Camino, jamás dejan de apoyarme. Y apretados los dientes y los puños, me lanzo a transitar por los senderos de la enfermedad a la caza de un milagro. Un milagro posible, porque no hay cáncer capaz de derrotarme si no dejo de andar; si mis compañeras, mis hermanos, siguen permitiendo que se desborde la hospitalidad, esa solidaridad que, ahora lo sé, no está solo constreñida al Camino de Santiago.

martes, 2 de junio de 2020

TINO, RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO de la AACSCV


RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO 2020 DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO EN CADALSO DE LOS VIDRIOS
TINO                         Juan Diego Arroyo García-Escalona
A veces, ante nosotros se obran verdaderos prodigios, pero habitualmente no somos capaces de discernirlos de lo cotidiano, y en esto, nada tiene que ver la fe, ni mucho menos la bondad que en ocasiones se nos presupone.

La primera vez que entré en la iglesia de Santa María de Melque, no era más que un muchacho, y al verme en penumbra, bajo aquellas toscas bóvedas, sentí que aquella religión afianzaba el edificio de su enseñanza sobre pilares de terror y misterios inextricables para el ser humano, sometiéndolo bajo la amenaza de los tormentos del infierno; sin embargo, fue aquella misma tarde de otoño cuando decidí dar inicio a un camino que todavía hoy recuerdo vívidamente. Acababa de tocar fondo, aunque aún no lo sabía. Lo supe mucho después, al descubrir que las páginas de las Escrituras servían para algo más que enhebrar en ellas la nariz y embriagarse de su ácimo aroma, como solía hacer de niño, y esto me lo enseñó Clara, la voluntaria que acude al asilo cada semana para leerme la Biblia y arreglarme las greñas y la barba con más voluntad que destreza. Ella odia que llame así a este lugar, pero es el primer nombre que me viene a la mente.
Mi padre acababa de echarme de casa, seguramente, pensando que al poco tiempo regresaría, pero no fue así. Caminé entre roquedales y arboledas, sin rumbo fijo, y el cielo comenzó a derramarse en una sudorosa y densa niebla que limitaba el campo de visión a unos pocos metros. Fue entonces cuando se me apareció por primera vez, a la vera del camino, con su barba rala y unos ojillos escrutadores y centelleantes, que parecían albergar la luz primera y última del mundo. Estuve a punto de emprenderla a bastonazos con él, pero se desvaneció entre las encinas como una imagen tras el espejo.

Detesto los espejos. Por más que Clarita se empeña en que me asome a mis propias miserias cada vez que acaba de acicalarme, siempre me niego a hacerlo. “¡Qué demontre! Si tuviera su rostro, yo también afrontaría la tarea de pasar el día con otro talante. Ahí viene de nuevo. ¿Acaso ya es viernes? Me haré el dormido un rato, a ver si se aburre y se va”.

Pernocté al abrigo de los gruesos muros de la iglesia y a mediodía llegué a la Puebla de Montalbán, donde fui acogido en una casa de lenocinio por su oronda madama, que me invitó a compartir fonda con un par de cofias algo casquivanas y su primo: un mangurrián de napias goteantes que vivía el delirio de ser hijo bastardo del Rey. Pretendía llevarlas hasta Escalona y, desde allí, a Cadalso, lugar en el que se estaba erigiendo su residencia. Dos años pasé en aquella villa como empleado del Secretario Real –que aquel era el cargo que ostentaba el ilustre bastardo-, hasta que me escapé con una de las fámulas rescatadas en La Puebla y nos casamos bajo la espadaña de Nuestra Señora de la Cabeza, ermita situada extramuros de la capital abulense, sin más ajuar que mi cayado de castaño y su incipiente gravidez. 


No sobrevivió al parto, y el pequeño la siguió a los pocos días. Después de aquello, me acogí a sagrado, al auspicio de la Compañía del Salvador, en Mota del Marqués, hasta que llegó a oídos del susodicho –no nuestro Salvador, sino el Marqués de Ulloa- mi propensión al secuestro de mucamas ajenas. Desterrado de tierras pucelanas, recalé en Requejo, donde no fui precisamente modelo de sus tres valores, pues ni fui valiente, ni válido para mis semejantes, y lo único valioso que saqué de mi experiencia como desterrado fue una sotana raída y un sagrario que afané de la ermita sanabresa de Guadalupe, y que me robaron unos salteadores cerca de Lubián, no sin antes propinarme la preceptiva somanta. Recogió mis despojos un mesonero de A Gudiña, cuya esposa –decían, acostumbraba a encamarse con arrieros y peregrinos; aunque a mí debió de tomarme por clérigo. Viajé en el pescante del carro de uno de aquellos arrieros durante más de una semana en dirección al monasterio de Oseira. El acemilero tenía en el cenobio un hermano fraile que me recomendó como capellán en la prisión episcopal de Ourense, que llamaban “de la Corona”, en referencia a la tonsura que todos allí lucían. Promocioné de falso confesor a penitente, pues, tras más de tres años como guía espiritual de los confinados, el superior me descubrió, reveló al obispo mi impostura y éste me encerró allí mismo, siendo apresado y debidamente tonsurado. No volvió a crecerme pelo en aquel lugar, ni en ningún otro, desde entonces; tal era la hambruna a que nos sometían. Salí de aquel penal transcurridos cinco años, y arrastré mi magra humanidad por diferentes hospicios entre Silleda y Lalín. Fue en este último lugar donde conocí a Clara.

Me solazaba recorriendo un soleado castro, cuando divisé a lo lejos una multitud que se agolpaba en torno a una aeronave y me acerqué, comprobando que todo el pueblo recibía con honores a su ilustre vecino: un aviador que había logrado la hazaña de llegar hasta Filipinas en su aeroplano. En medio de aquel mar de testas de sus deudos y paisanos, destacaba la taheña cabellera de una joven de quien quedé prendado al instante. Por un ardid del destino, acudió hasta donde yo estaba y se dirigió a mí.

- Tino, ¿duermes?- La voluntaria me zarandea con mesura y yo me dejo caer mórbidamente.
- Clarita, ¿eres tú? –Disimulo- Me había quedado traspuesto, ¿ya ha pasado una semana?
- Y tanto –responde-. Venga, que voy a asearte un poco. Mira qué barba tienes –dice-, mientras manipula mi cabeza como si yo fuera un pelele y saca de su bolsa los instrumentos de tortura, espejo incluido-. Veamos… -Clara adopta una pose de fingida indolencia cada vez que examina mis greñas y censura mi desaliño. Yo creo que se cree una enfermera de las de verdad. Me pone el dichoso espejo delante y me miro en él casi por accidente; entonces, lo vuelvo a ver: el peregrino de barba hirsuta y ojillos zorrunos. Su mohín resabido me exaspera. “¿Algo que reprochar? Cada cual hace el camino a su manera”.

Hoy, Tino tiene un buen día. Cuando he salido al jardín trasero de la residencia, permanecía inmóvil en su silla, frente a los almendros, con la cabeza apoyada en su hombro izquierdo, en plena ensoñación; seguramente imaginándose de nuevo recorriendo los caminos, rescatando sirvientas, usurpando sotanas, confesando presos o conquistando a Clara: la que fuera su mujer durante casi cincuenta años. Cree firmemente que realmente hizo todo aquello, incluso que su rostro sirvió de inspiración para tallar en piedra la cabeza de uno de los salvajes del blasón más peculiar de Cadalso de los Vidrios. Lo cree, pese a que no ha salido del pueblo en toda su vida. En ocasiones, también piensa que yo soy su esposa; otras veces me llama simplemente “niña”. Míralo, ahí, enfrentado a su propia faz, con esa mueca confusa, entre párvula y desafiante, como si estuviera a punto de propinarle un bastonazo al primero que se le pusiera delante. Ha vuelto a llamarme Clarita, ¿acaso habría de ofenderme? Al fin y al cabo, es mi abuelo, aunque él no lo recuerde.

miércoles, 27 de mayo de 2020

LO QUE EL CAMINO TE DA. RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO 2020.

Relato presentado al Concurso Literario de la AACSCV.
Lo que el camino te da.              Vicente Martínez Paz

Estos folios son la consecuencia de algunas de mis vivencias cuando recorrí el camino francés, de Roncesvalles a Santiago, una experiencia personal para mí muy gratificante.   Cuando me preguntan amigos y familia por la experiencia es muy fácil expresar los momentos “excepcionales” se ilustran fácilmente, en las distintas guías del “camino” ya te indican lo más significativo que no puedes dejar de ver y compartir:   esa llegada a Santiago, la sentada en plaza del Obradoiro, el abrazo al Santo, el vuelo del botafumeiro, las despedidas de los que has conocido etc.   Pero no todo es excepcional, hay muchas más vivencias que llenan las  24 horas del día después de caminar 6 o 7 horas,  los descansos y las charlas con otros peregrinos, que sin querer te invitan a dialogar, a conocerlos y dejar que te conozcan, a compartir a veces algún que otro sufrimiento tratando de ser útil y son esos otros momentos que no cuentas a la primera, los que rescatas cuando repasas varias veces esa película que has vivido y los matizas, son los actores secundarios, son el poso de esos sentimientos que hacen del camino algo especial y distinto para cada peregrino. A cambio,  el camino te devuelve algo intangible, que valoras cuando pasados los años con una visión más distante y reposada te permite vislumbrar lo que el camino te ha dado a ti.

#1 LAS DUDAS SE VAN CON EL SOL.-  Al poner en orden los recuerdos mi primera noche en Roncesvalles es imborrable. No dormí nada,  llovía a cantaros, toda la noche estuve cavilando sobre mis dolencias físicas, mis hernias discales, si mi entrenamiento previo era suficiente, si lo que ahora pretendía hacer lo tenía que haber hecho años antes, los sentimientos de emoción, desconfianza y hasta un cierto temor a lo desconocido estaban a flor de piel. Y para colmo llovía a cantaros, era tanta la lluvia que había caído que una cierta inseguridad me acompañó bastante tiempo hasta que el sol radiante en Puentelareina  la acabo disipando. El camino me había dado mi primera experiencia inicial.   Que después de la tormenta llega la calma  y que no hay que darle tantas vueltas a las cosas, el camino se hace caminando.”

#2 CUESTIÓN DE AMPOLLAS.-   Mi encuentro con dos peregrinas alemanas que había conocido en Roncesvalles en Puentelareina, también fue constructivo, veo que una de ellas lleva los pies en un estado lamentable, se quedaron allí  por prescripción médica,  mis ampollas y los dedos negros los tuve en el entrenamiento por la Moraña y me alegra ver que lo hice bien a la vista de un ejemplo tan claro.   Fue bueno tomarse muy en serio la preparación.”

#3 PROMESA CUMPLIDA.-  Disfrutar de los impresionantes puentes románicos que he visto y las calzadas romanas que he pisado me confirmaban que estaba cumpliendo un sueño, me había prometido que en cuanto me jubilase haría el Camino de Santiago y aquí estoy, a pesar de mis dudas en Roncesvalles,  si bien es cierto que en la soledad del camino hay muchas ocasiones en las que deseas que lo que estás viviendo pudieras disfrutarlo con las personas que quieres y aunque es difícil de explicarlo  lo  resumiría como otra enseñanza del camino:  “Vivirlo para compartirlo”.

#4 LA NECESIDAD DEL SILENCIO.-  Pernoctar en la Hospedería Cisterciense, me hizo llegar un sentimiento especial de recogimiento que no había sentido en otros sitios donde hice parada, el hostal estaba regentado por monjas, la celda donde me aloje austera pero muy limpia, sin televisión y mucho silencio, me fue fácil entender la paz y el sosiego que allí se respiraba, al igual que lo fue recordar en ese silencio los caminos interminables salpicados de peregrinos, sabiendo que uno de esos peregrinos eras tú.  eres parte de una  realidad distinta,  que existe  y de la cual estas participando”.

#5 CASUALIDAD Y  EMOCIONES.-  Mi parada en el pueblo de Hontanas (que no se ve hasta que estas a 500 m, está hundido en la llanura castellana ¡menuda sorpresa!) fue donde viví una anécdota muy particular que me hace sonreír cuando me acuerdo de ella: la posadera cuando me vio llegar y firmé el libro de registro, me comenta que mi hermano ya ha llegado y que está en el comedor, yo me quedo de una pieza y le digo que tengo 5 hermanos pero que no esperaba a ninguno, me dice que sí un tal Manuel Martínez se ha registrado ya, sonrío porque uno de mis hermanos se llama Manuel, pero con él he quedado en  Boadilla del Camino no en Hontanas, le pregunto por el segundo apellido y mirando el libro me dice sonriendo no, no es Paz, más tarde  conocí a ese peregrino con el que hice varias etapas hasta León y gracias a esa anécdota coincidí con una gran persona, que casualmente había trabajado para la misma Entidad que yo durante muchos años.   

Y si de emociones contenidas se trata, ver el  Canal de Castilla, me emocionó muchísimo, tenía muchas ganas de verlo, había leído mucho sobre él y verlo in situ fue especial, tanto como mi entrada en Galicia, es otro momento que ansiaba tener,  llevo 17 días caminando y O´Cebreiro me espera, en mi mente figuraba como la gran etapa “el subidón”, me recibe con lluvia, sus bosques, sus aldeas, sus paisajes hacen que valga la pena estar allí, tenía una sensación  de euforia contenida que me llevó en volandas casi hasta la meta de Santiago,  aunque estaba todavía muy lejos, pero ya era cuesta abajo.

#6 MOTIVACION y MORRIÑA.-   Ir haciendo camino etapa a etapa llenas de sentimientos, es lo que me ha motivado a completar el pasado año el camino que inicie en el año 2012  en Roncesvalles y que tenía ilusión por rematar  no solo llegando a Santiago, sino llegar al fin de la Tierra, haciendo las etapas desde Santiago a Finisterre ida y vuelta, tenía autentica morriña por  volver a hacer el camino, después de tantos años fuera de Galicia no creía que pudiera volver a tener ese sentimiento, pero por lo visto es genético.  Recomendaría poner en los folletos del camino una nota que dijera: “Ojo este producto crea adicción”.  Pero quizás una de las cosas que más me han llamado la atención y no creo que solo haya sido a mí,  es la satisfacción  que se percibe cuando te cruzas con otros peregrinos o con las gentes que viven al lado del camino y  les saludas con  ese “buen camino  y sabes que te van a contestar y te van a mirar, incluso compartir algo contigo,  vas solo pero no estás solo, esa frase une, es internacional,  da igual la nacionalidad que uno tenga, todos los peregrinos sabemos que es una seña de identidad, algo que solo el camino te devuelve cuando lo haces, el que lo ha vivido lo sabe y lo transmite. 


sábado, 16 de mayo de 2020

EL MILAGRO DE SILVERIO CONDE

EL MILAGRO DE SILVERIO CONDE            Jesús López Martín


     Allá, por el año 1889, en el día de Todos los Santos, yo Silverio Conde me encontraba en un pueblo llamado Escalona, estaba realizando el camino de Santiago por una promesa que hice cuando mi mujer Teresa y mis dos hijas, Juana, la mayor y Teresita, la pequeña, enfermaron de unas fiebres muy malignas que se llevaron varias vidas en mi pueblo de la costa levantina, primero cogió las fiebres mi mujer y seguidamente Teresita y luego Juana, yo por destino del altísimo fui de los pocos que no enfermaron, cuando peor estaban de la enfermedad, recé poniéndome de hinojos delante de una estampita del apóstol Santiago, la que siempre teníamos en la habitación de las niñas, yo le prometí que haría el camino desde mi pueblo a Santiago de Compostela, no sé lo que ocurrió, pero a partir de ese día las tres empezaron a mejorar, recobrando pronto la salud.

     Tengo unas tierras de las cuales vivimos holgadamente, sin lujos pero sin pasar apuros, eso sí trabajando, he salido con algo de dinero para mis necesidades durante el viaje, el cual llevo bien oculto, por los maleantes. Empecé el viaje cuando terminé de recoger la cosecha y después de bien vendida, me despedí de mi mujer y de mis dos niñas, que se quedaron preocupadas.
     - ¿De qué vas a vivir Silverio? – me dijo Juana dándome un beso.
     - No te preocupes mujer, buscaré trabajo y con el dinero que llevo no tendré ningún problema – le dije mientras besaba a las niñas – me alojaré en los albergues que hay por el camino y el viaje de vuelta lo haré en tren.
     Llevo ya unas cuantas jornadas, voy bien de dinero pero tengo que ahorrar para la vuelta, he preguntado en este pueblo por algo de trabajo, parece que a estas alturas del año lo poco que hay está repartido entre sus habitantes, dicen que en el pueblo vecino de Cadahalso puede que necesiten mano de obra en la fábrica de vidrio, para partir y colocar la leña; sin pensarlo me cojo el camino y me voy hacia Cadahalso. No me doy cuenta que ya es tarde y empieza a hacer frío, voy caminando y el frío arrecia, está anocheciendo, Cadahalso está a unas pocas leguas, debo estar a mitad del camino, tengo que buscar un refugio, no debí de salir de Escalona hasta el día siguiente y estas fechas son malas, pero como ha cambiado el tiempo, cada vez hace más frío, el viento, ahora el viento, ¿Dónde estoy? No se ve nada, ya no se ve nada, solo viñas ¿y el camino? ¿Dónde está el camino? Dios mío estoy perdido, tengo que hacer un fuego o moriré de frio y ahora chispea, llueve, está lloviendo, oscuro, está muy oscuro y no veo nada, tengo que encontrar donde refugiarme, es este árbol, debajo de este árbol, una roca, una roca junta al árbol, es un olivo.

     Tengo una manta, la desato y me envuelvo en ella, hasta la cabeza, sigue lloviendo, el agua está muy fría, la manta ya está empapada, siento el agua a mi alrededor, estoy tiritando, doy diente con diente, el frío es intenso, me acurruco y me hago una bola, intento darme calor, me arrimo a la roca, es peor, sobre ella escurre el agua, ya estoy calado, el agua inunda todo mi cuerpo, el frío es muy intenso, ahora el viento, ráfagas de viento, más frío, ya no puedo más, voy a morir de frío, yo que vivo en terreno cálido voy a morir de frío, ya no lo soporto más, debería levantarme, irme de aquí, pero tengo frío, mucho frío, no puedo, no puedo, ¡Dios mío! ¡Dios mío! Lo que siento es no poder ver a mis hijas y a Teresa, lo doy por bien, mi vida por las suyas, tenía que pagarlo, mi vida por la de ellas, está bien.
     Un sopor me envuelve, ya no siento frío, ni siquiera el agua que cae, es curioso no siento ni humedad ni frío, si esto es la muerte bienvenida sea, una luz, veo una luz, dicen que cuando mueres se ve una luz, tengo que ir hacia ella, hacia la luz, pero… la luz se mueve, se acerca, ¡Es alguien! ¡Una persona! ¡Socorro! No me sale la voz, por Dios que me vea.
     - Hola, que haces aquí, en medio de este temporal – Me dice la luz.
     Yo le miro, no me sale ni una palabra, no tengo fuerza ni para hablar.
     - Te has perdido ¿verdad? Pero a quién se le ocurre salir con este temporal y de noche.

     No me sale ni una palabra, solo miro lo que hace, con una habilidad impresionante pone algo que parece una manta encima de mí y él también se mete dentro, está lloviendo mucho, cuando se cale la manta estaremos igual, nos calaremos ahora los dos, de momento se siente calorcillo. Pasa como un cuarto de hora y el suelo se ha secado, sigue lloviendo, suena la lluvia sobre la tela y no se empapa, sopla el viento como un huracán y no se mueve la tela que nos cubre, está como flotando y no veo nada que lo sostenga, dentro hace calor, me estoy recuperando, ya no siento frío, más bien diría que tengo calor, estoy muy cansado y los ojos me pesan, me cuesta tenerlos abiertos.
     - Duerme, no te preocupes, yo vigilo que no ocurra nada – me dice.
     Está amaneciendo, he dormido de un tirón, abro los ojos y veo a mi extraño compañero, recoge la tela con la que nos hemos cobijado, todo está húmedo menos donde hemos dormido, es curioso, está seco.
     - Vamos dormilón – me saluda con una sonrisa – tiene que seguir tu camino.
     - Gracias por tu ayuda – le tuteo – si no es por ti no lo hubiera contado, ¿cómo te llamas? – le pregunto mientras me agacho a coger mis bártulos.
     - Mi nombre es Santiago… … …te espero.

     Me levanto y no hay nadie, Cadahalso está ahí mismo, estaba muy cerca, humean las chimeneas, parece un pueblo acogedor; entro en el pueblo, está impregnado de un olor a leña quemada, es un olor particular, un olor a pueblo, las calles aún están vacías, llego a la puerta del ayuntamiento, en una fuente hay varias señoras cogiendo agua, me acerco y pregunto por Santiago, doy señas de su rostro y como iba vestido, piensan y comentan entre ellas, no saben quién puede ser el tal Santiago, nadie que se llame Santiago coincide con los datos que doy.
     - Por favor ¿me pueden decir dónde está la fábrica de vidrios? – pregunto – y ¿si es posible encontrar trabajo?
     - Mire, siga usted esta calle, es la calle de la iglesia y la primera calle a la izquierda se encontrará con ella, casi siempre necesitan trabajadores – me dice una de las señoras.

     - Muchas gracias – me despido – Adiós.
     ¿Quién me ha salvado? ¿Ha sido un sueño?... …sigo mi camino.

                                      FIN