LA PROMESA
Isabel García
A
Daniel le gusta sentarse junto a una fuente que está en el Camino de Santiago
para esperar la llegada de algún caminante. La fuente mana cerca de su pueblo.
A ningún peregrino le pasa desapercibido el sonido de su chorro; a ninguno, y
el que menos, se moja las manos aunque haga frío.
El chaval siempre tiene palabras de amor para los peregrinos. Los acompaña al único albergue que hay en el pueblo, regentado por sus padres. Ahora tiene siete años y entiende qué significa la palabra esfuerzo, qué representa hacer una promesa, cómo se puede dar amor y cómo debe recibirse… Con la educación que le han dado sus padres, Daniel, desde pequeño, distingue entre el bien y el mal. Sus padres nunca se olvidan de repetirle: “El amor está dentro de ti. Si lo cultivas, podrás repartirlo”. Y pocas cosas pueden resultar tan bellas como ver a una criatura inocente repartiendo amor.
Se
sienta cerca de la fuente porque le emociona ofrecer su ayuda a los peregrinos
cansados, con ampollas, lesionados; le satisface acompañar a los solitarios,
sus preferidos, ante todo si son viejecitos y con barbas blancas. Cuando era
más pequeño, pensaba que los peregrinos con barbas eran Reyes Magos. Las
palabras de los mayores para él son sabias y piensa que las promesas interiores
que han hecho a Santiago, son más profundas y con mayor sentimiento. Daniel
siempre acude a la fuente con un compañero ¿Qué quién es su compañero? ¿Qué si
es un perro? No, no es un perro. El que sigue sus pasos es gato peludo, que
llama Gato. ¡Qué nombre mejor para un gato!, responde a los peregrinos cuando
le preguntan por el nombre del animal. Tan pronto se sienta en la piedra, el
gato se sube a sus piernas, comienza a ronronear y a darle cabezazos en la
cara.
−Mira, Gato −el minino lo mira como si entendiera sus palabras−, allí viene un peregrino barbudo, anciano y solitario. Sacaré las cosas de mi mochila por si necesita algo. El gato lo mira y sigue ronroneando.
Daniel
extiende sobre una toalla tiritas, agujas, hilo, rodilleras, toallitas,
bicarbonato, crema protectora, latas de bebida energizantes y unas ricas
rosquillas de su pueblo que nunca faltan en su casa. Sus padres le han enseñado
que hay que dar sin esperar nada a cambio, pero el chaval sabe que si da “dos”
de amor, recibe “cuatro” cuando menos.
−Hola, muchacho −, le dice el peregrino. Luego bebe un trago de agua y se moja la cara y la cabeza. El sol está en su cénit, y resplandece como una moneda de oro recién acuñada.
−Me
llamo Daniel. Beba una lata energizante y cómase una rosquilla. Y si trae
alguna ampolla, yo soy un curandero de los pies de los peregrinos −, le dice,
mientras enhebra la aguja.
El
peregrino le sonríe con mucha ternura. El gato ronronea manifestando que está
contento. Daniel mira al caminante con sus ojos encendidos de amor. Se hace un
silencio. El peregrino sigue sonriendo, el gato ronroneando y el chaval
desparramando amor por sus ojos y haciendo un gesto con la aguja y el hilo.
−Gracias,
Daniel. No me hace falta. Vengo caminando desde las playas del Mediterráneo y
por terrenos manchegos y mis pies han tenido tiempo de endurecerse.
− ¿Llegará a Santiago
de Compostela?
− Esa es mi intención: llegar a Santiago con mi bordón y la concha. He hecho una promesa por la salud de mi nieta− al peregrino se le ponen los ojos acuosos y, al parpadear, ruedan dos lágrimas por sus pómulos. A Daniel también se le llenan los ojos de lágrimas y, para que el caminante no se dé cuenta, aumentándole todavía más su dolor, va a buscar a su gato. Aprovecha ese instante para que sus lágrimas del tamaño de guisantes resbalen. Como quiere animar al peregrino, le dice:
−Yo,
al apóstol Santiago, lo llamo San Santiago el Mayor. Para mí es un santo con
mayúsculas. Si el apóstol Pedro es San Pedro, si Bartolomé es San Bartolomé, si
Juan es San Juan, si… ¿por qué no llamamos a Santiago, San Santiago? Me
quedaría conforme en llamarlo Santiago, si su nombre fuese Tiago.
−Pienso
que eres un chaval ingenioso. No lo había pensado–. Al peregrino, después de una
sonrisa, se le ensombrece de nuevo la cara. −Mi nieta está enferma y en cada
uno de mis pasos la llevo en el pensamiento. ¡Siento tanto amor por ella…!
Daniel
escucha. De nuevo sus lágrimas ruedan. Le pide al peregrino que se agache y le
da un abrazo. Le transmite su amor y le pronuncia en bajito en uno de sus
oídos: “El esfuerzo que a sus años está haciendo será recompensado”. San
Santiago sanará a su nieta, ¡ya lo verá!, además sé que en su curación va a
intervenir el Todopoderoso, Jesucristo.
−¿Jesucristo? Así llamas tú a Dios. ¡Qué
gracioso eres! –El peregrino sonríe. El gato ronronea. El chaval desprende todo
su amor.
−Vamos
al albergue. Le diré a mamá que le prepare un buen plato de potaje. Esta
delgado y debe alimentarse bien para llegar a Santiago.
−¿Y no recoges las cosas de la toalla?
−No,
no hace falta. Quizás las utilice un caminante. Luego, volveremos con Gato.
Ni
qué decir tiene que Daniel y el peregrino pasaron juntos toda la tarde. El
chaval valoraba mucho su esfuerzo, pues, sus barbas eran del color de la nieve,
y, al andar, notaba que sus piernas eran torpes y estaban cansadas. Se
ofrecieron la compañía, la amistad, el compañerismo y ante todo desprendieron
todo su amor el uno hacia el otro.
Daniel
se levantó temprano para decirle adiós al peregrino. Le metió en su mochila una
lata de bebida energizante. Con una cinta adhesiva pegó una nota. “Le he
prometido a San Santiago ser más bueno y dar más amor para que su nieta se
cure”.
Cuando
el peregrino encontró la nota y la leyó, todos sus pasos fueron acompañados por
la
cálida
luz de la esperanza.
No sé. Igual es que soy muy moñas o es que me toca cerca, pero no he podido contener las lágrimas. Gracias a quien lo haya escrito.
ResponderEliminarGracias por recordar a Santiago y a Jesucristo ya que los tenemos en el pensamiento, aunque hace 2000 años estuvieron por esta tierra. Ángel Canillo
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