CADALSO 2.101 SEGUNDO RELATO FINALISTA DEL CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO.
Autor: Ignacio Ceballos Viro, vive en Chapinería (Madrid).
- ¿Ultría?
- No, no: ultreia –respondió la mujer.
- Qué significa –exigió secamente el
desconocido.
En ese momento ella se dio cuenta. Era eso lo que su compañero le había estado queriendo advertir desde que el desconocido había entrado. Con los codazos, los silencios inusuales, los “Aurora, ¿no deberíamos ir a arreglar la habitación 3?”, sabiendo de sobra que ese dormitorio siempre estaba listo para la llegada de peregrinos. Hubo una pausa larga. Iba a replicar “Usted no es peregrino, usted no camina a Santiago, ¿quién es y qué hace aquí entonces?, pero su compañero se adelantó diciendo:
- Es un saludo. Un viejo saludo de
peregrino. Le dicen ultreia y usted
responde ultreia.
Su compañero habló con naturalidad, pero
Aurora lo conocía desde hace treinta años y percibía un matiz ronco en su voz,
la respiración agitada por el peligro.
El desconocido había llegado hacía veinte minutos. Aurora y Ángel habían acabado de cenar y repasaban los nombres: “Ruta de Levante. De Toledo a Ávila: Torrijos, Escalona, Cebreros…”. “Llegando a Cadalso de los Vidrios habían borrado todas las flechas, no quedaba ni una”, había dicho Ángel. “¿Las repintaste?”, preguntó Aurora. “Las que pude”, respondió él, “me quedé sin pintura. Volveré mañana”. “Ve con cuidado, no es seguro repetir lugares, lo sabes”. “Lo sé, tranquila”. Y siguieron repasando: “De Ávila a Zamora: Gotarrendura, Arévalo, Medina del Campo…”. La memoria era imprescindible. Internet lo cambia todo cada poco tiempo, la voz y la memoria eran lo único verdadero. Justo cuando estaban diciendo “Sieteiglesias, Toro, Zamora…” se oyó un ruido en la puerta y era el desconocido, que había entrado sin llamar.
- Esos nombres no existen. No queda nada
entre Toledo y Ávila. Solo este lugar… ¿Se puede?
Se había condensado un silencio raro.
Aurora oyó cómo Ángel se atragantaba con el agua. Pero no captó las señales. Se
le activó la rutina, se puso en pie y se acercó al recién llegado.
- Bienvenido, pase. Puede dejar sus cosas
en aquel rincón. El móvil tiene que apagarlo y meterlo en el congelador, que
está ahí. Le podemos preparar la cena.
- ¿La cena? Sí, claro. ¿No hay nadie más?
Aurora sacudió la cabeza:
- Va a hacer un año que no se alberga
nadie. Ya ve. ¡Año compostelano!
Aurora no se daba cuenta de que Ángel no se había movido ni había dicho palabra aún. Que estaba pálido y petrificado mirando al desconocido entrar, posar una bolsa negra en el suelo, colgar el chaquetón y quitarse la sobaquera de la pistola, dejarla sobre la encimera, dejar también la placa y sentarse en la banca. Lo había reconocido. A ese lo conocía de sobra.
- ¿Hace mucho que es usted ciega? –le
preguntó el recién llegado a Aurora.
La sala era amplia, pensada para que una
docena de peregrinos pudiera estar cómodamente, cocinar, comer, descansar,
charlar… Charlar era importante entonces. Ahora el desuso había convertido
rincones en trasteros improvisados, y muchas luces fundidas arrojaban celosías
de sombras.
- Muchos años, sí –respondió Aurora
después de un intento de cálculo que abandonó-. Fue un dron, cuando las cosas
empezaron a ponerse difíciles. Me seguía, yo era joven, le tiré una pedrada y
le rompí una hélice, pero al perder el control cayó hacia mi cara y… bueno. Fui
bastante idiota.
Entonces Ángel había preguntado por
primera vez lo de si la habitación 3 estaba lista, y si debían subir a
arreglarla para el desconocido. Pero el desconocido lo ignoró y siguió hablando
con Aurora:
- Sí, los drones. Conozco bien los
rastreadores. La nueva serie cinco, los que lanzan descargas.
Y continuó describiendo todos los detalles en el sistema de control, sin dejar detalle: el nombramiento del Cuerpo de Vigilantes de Seguridad e Higiene con sus diferentes secciones; las patrullas de los caminos; la monitorización de los albergues y luego su ilegalización, con la fecha exacta; el traslado del Santo a una cripta de seguridad inaccesible; la represión de manifestantes; el paso del tiempo, el olvido, el abandono.
- Vaya, lo conoce bien… Pero nada tuvo
que ver la higiene, como dijeron –replicó Aurora, aunque Ángel trataba de
callarla con un carraspeo-. Ni la propagación de enfermedades en el camino, ni
la promiscuidad, decían, del contacto humano… Todo ha sido para enriquecer al Stellarum Park.
- Aurora, vayamos a preparar el piso de
arriba –aprovechó para suplicar Ángel, poniéndole una mano en el brazo. Pero
ella, nada. A Ángel se le iban los ojos a la pistola una y otra vez, ahí
expectante, amenazante, fría.
- Han detenido a tanta gente –siguió
ella-, han hecho desaparecer a tantos amigos, a tantas personas de fe y
esperanza. ¿Ir a Santiago en tren hyperloop y llegar en dos horas desde
cualquier lugar de Europa? ¿Para pagar y ver unas atracciones de una Edad Media
de cartón piedra?
- Me consta que la vida de peregrino y la
de hospitalero es arriesgada.
- Mucho. Pero aquí seguimos. Ya casi nadie se expone. Es peligroso. Es clandestino. Nos hemos convertido en una especie de orden secreta. Ya nadie viene por aquí. Ya nadie nos dice ultreia.
- ¿Ultría? – dijo el desconocido.
- No, no: ultreia –respondió Aurora.
- Qué significa.
Ángel saltó sobre la encimera y agarró la
pistola. Apuntó al desconocido entre las cejas y dijo, masticando las palabras:
Es un saludo. Un viejo saludo de
peregrino. Le dicen ultreia y usted
responde ultreia.
El Vigilante de Seguridad e Higiene no
pareció alterarse. No se movió de la silla. Cambió la mirada de Aurora a Ángel
y de Ángel a Aurora y poco después se arrancó una carcajada franca y larga.
- Así que no lo sabéis… ¡estáis
absolutamente desconectados del mundo! Hoy ha sido el último día de mi cuerpo
de vigilancia. Caput. Finito. The end. Ya no hacemos falta. Hemos vencido. El
miedo ha vencido. A todos. Ya no se os considera un peligro, sois… idealistas
en extinción imparable. ¡Ja! La verdad es que sois tan extraños. ¡Fascinantes!
No acabo de entender cómo habéis resistido tanto tiempo. Joder, mis vigilantes
han sido tan persistentes. Quedaos la pistola, os la regalo. Y la placa.
Y volvió a reír. Muy lentamente Aurora y
Ángel dejaron de parecer estatuas. Él bajó el cañón de la pistola y se miró las
manos y las puntas de los pies. Aurora recuperó el color.
- Y ahora… Entonces… Si no nos va a
detener… ¿a qué ha venido?
- Lo primero a cenar, si aún sigue en pie
la oferta –respondió el hombre con su voz endurecida. Luego dormiré un rato en
la habitación 3, ¿no es eso? Y mañana…
- ¿Mañana?
- A Santiago. Caminando. Se hace
siguiendo esas flechas que nunca conseguíamos borrar, supongo. Y diciendo…
¿cómo era… ultreia?
Ignacio gracias por el relato, me ha hecho pensar.
ResponderEliminarÁngel Canillo
Súper original. Me ha encantado. Enhorabuena.
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