EL TRUCO. RELATO GANADOR DEL TERCER CONCURSO LITERARIO DE RELATO CORTO.
Durante el mes de mayo mamá no paraba de
decir que estudiara mucho, porque si suspendía, nos íbamos a quedar sin
vacaciones. Pero es que en casa pasaban tantas cosas, que yo estaba seguro de
que Dios no escuchaba nuestras súplicas y de repente se había olvidado de
nosotros. Si no ¿Por qué papá no iba a trabajar y se pasaba el día llorando,
cuando creía que no le veíamos nadie? ¿Por qué mamá decía que no había dinero
para el autobús y yo tenía que levantarme más temprano para ir caminando hasta la
escuela?
Tanto daba lo que hiciera con mis
exámenes, y hasta estuve seguro de que si me dejaba algo para el verano, sería
la excusa perfecta para que ellos dejaran de estar tan preocupados. Podían
echarme la culpa sin tener que mentir. Mamá empezó a hablar de hacer el camino de
Santiago. Que nos iría bien a todos -dijo. Que si podíamos vivir con cuatro
cosas en la mochila durante muchos días y sin protestar, a lo mejor empezábamos
a ver la vida de forma diferente. Yo no sabía si se refería a verla rosa, a
mirarla haciendo volteretas del revés y patas arriba, o que la vida jugaba a
dejarse o no dejarse ver delante del espejo, como el fantasma que decían se aparecía
vestido de peregrino alrededor de los muros de la Catedral de Santiago. O que
en el camino todo era mágico porque no se podía explicar de otra forma esa leyenda
de que en Santo Domingo de la Calzada cantaba la gallina después de asada.
Y es que yo no creía en los cuentos,
porque ya había cumplido nada menos que nueve años y medio. Cuando
a mamá se le metía una cosa en la cabeza nos arrastraba a todos. Que para eso
no hacía falta ni dinero, ni coche. Que bien calzados y con ropa de deporte íbamos
más que sobrados. Y que a ninguno se nos ocurriera rechistar. Lo decía porque a
papá aún le hacía menos gracia que a mí ponerse botas y caminar. Yo recé para
que todo fuera bien y, si era cierto que el camino era mágico y cambiaba a las
personas, nos devolviera a papá como era antes de quedarse sin trabajo; porque
ni siquiera me abrazaba, como si hubiera dejado de quererme.
Fuimos dejando atrás pueblos y más
pueblos. Pasamos por Cebreros, San Bartolomé
de Pinares, El Herradón de Pinares y Tornadizos de Ávila. Papá llevaba mil ampollas
en los pies. Terminó la cuesta que llegaba a la Puerta del Puente y le costó
una eternidad llegar al otro lado, justo donde estaba el albergue de peregrinos
Las Tenerías.
Mamá lo dejó descansar un rato antes de la
ducha, pero se puso muy seria al decir que la misa del peregrino no se la
perdonaba por nada del mundo. Papá renegó mirando la litera y estuvo a punto de
decir que no daría un paso más, pero finalmente nos acompañó a misa. Olía
demasiado a incienso, mamá dijo que para disimular el olor a sudor, aunque algunos
decían que servía como purificación del espíritu. Todos los bancos estaban
llenos de gente. Algunos nos habían adelantado durante la jornada. Otros habían
hecho la ruta en veces porque caminaban con muletas, iban en sillas de ruedas y
les costaba bastante más que
a nosotros completar las etapas.
No fue una misa como la de mi primera comunión,
que va. El cura leyó uno a uno todos los nombres de quienes habíamos sellado la
credencial ese día y tras leer el evangelio, nos invitó a que dijéramos en voz
alta los motivos por los que estábamos haciendo el camino. Porque hice una promesa; porque quería
encontrarme a mí mismo; porque el año pasado llegué hasta la muralla de Ávila y
tenía que retomarlo donde lo dejé; porque es mágico. Cuando me tocó el turno no
supe qué decir. ¿Porque igual le traía un trabajo a papá? ¿Porque mamá ya no
sabía qué hacer para que todo volviera a ser como antes? ¿De verdad era cierto
eso de que el camino nos cambiaba como personas? Mamá tampoco contestó. Miraba
espantada a papá porque no paraba de llorar. Pero se sonó los mocos y se puso
de pie para confesar: “No sé si mi familia me merece. Les he hecho sufrir tanto
que me puede la vergüenza y el arrepentimiento. Fue mi esposa y mi hijo (dijo señalándonos)
quienes me arrastraron a esta aventura. Vine escéptico, para que decir lo contrario.
Tengo que darles las gracias, porque lo que realmente estoy sintiendo no puedo expresarlo
con palabras. También quiero dar las gracias a Pedro y a José, los hospitaleros
que nos han recibido a nuestra llegada. Han tenido para mí palabras breves,
pero concisas, de esas que llegan al alma y obligan a reflexionar. Gracias a
cada uno de vosotros, compañeros de este peregrinar, por hacerme ver que puedo
recuperar la serenidad perdida y empezar a ver la vida de otra forma.”
Tras unos minutos de silencio (un silencio
cargado de ternura y sentimiento) llegó el rito de la paz. Papá nos abrazó a
mamá y a mí como si temiera perdernos en aquel mismo instante. Fue el momento
más maravilloso del mundo, tan especial que me alegré de no haber suspendido y
de que a mamá se le hubiera ocurrido pasar las vacaciones caminando todos
juntos hacia Santiago de Compostela. Después de eso, nada malo podía pasarnos.
En todo caso, las cosas irían a mejor porque estábamos más unidos que antes.
Supe que lo que había escuchado a algunos
de los peregrinos era cierto. El camino era mágico. Solo tenía que esperar.
Quién sabía cuántos trucos de magia nos quedaban por ver antes de alcanzar la
Compostela.
Lourdes
Aso Torralba
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